El placer del Apocalipsis

Soy el último sobreviviente de la humanidad. El cataclismo que terminó con mi especie no pudo conmigo. Ahora recorro los restos de la civilización para poder sobrevivir. Duermo en cualquier parte. Ya no tengo casa, el mundo es mi hogar.
Todos los días camino decenas de kilómetros en busca de comida. Necesito mucha más energía que antes. Tengo que atravesar caminos bloqueados. Huyo de los animales salvajes que me acechan a cada paso. Debo trepar las paredes de antiguos edificios que ya no son habitables pero aún conservan preciosos nutrientes. Esquivo vigas que caen, ratas que compiten por mi alimento y suelos frágiles que me hacen codear con la muerte a cada paso. Habitualmente atravieso situaciones tensas. Mi cara siempre está cubierta de sudor. Son preciosos los momentos en los que logro desenchufarme y pasar un rato agradable. Por eso me pongo tan contento cuando encuentro una Coca-Cola.
Coca-Cola me proporciona el refrescante alivio que necesito para mantener mi estilo de vida. Un vaso de Coca-Cola me devuelve la alegría en este mundo cruel. Y cuando me topo con una heladera que aún funciona, no hay mayor placer que sacar de ella una Coca-Cola bien helada. Cada vaso, lata o botella que tomo me da ánimo para seguir adelante, con la ilusión de, entre los escombros de alguna gran ciudad, encontrar otra Coca-Cola.

Gaseosa sin gas

El detective Parsons, de Scotland Yard, pidió una hamburguesa con gaseosa. Le entregaron una bandeja con lo solicitado. El sándwich venía envuelto en un papel, mientras que la bebida venía en un vaso de cartón con sorbete. El vaso había sido llenado desde una máquina ante su vista.
Comió un par de bocados de la hamburguesa y, más que nada para evitar que se terminara muy rápido, decidió beber un sorbo de gaseosa. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que la bebida no tenía gas.
Parsons, entonces, volvió al mostrador y pidió que la reemplazaran. Luego de una pequeña discusión logró que accedieran a su exigencia. El detective se cercioró de ver el gas antes de que el vaso fuera cubierto. Volvió conforme a su asiento, donde pudo comprobar que nadie había robado ninguna de sus pertenencias, ni probado su hamburguesa.
Sin embargo, cuando quiso beber el primer sorbo del vaso, se encontró con que otra vez no tenía gas. Parsons pensó que podía tratarse de una bebida de baja calidad, dado que no estaba en un establecimiento de prestigio. Pero descartó la hipótesis por considerarla absurda.
Quiso entonces ver nuevamente las burbujas del gas. Levantó la tapa del vaso y vio que estaban allí. Bebió un sorbo y pudo disfrutar el sabor de las burbujas.
Parsons terminó de comer y, antes de irse, se acercó hasta donde se encontraba el cupón de sugerencias del restaurante. Tomó uno de los cupones, con la lapicera de la que nunca se separaba, anotó “es preciso cambiar los sorbetes por unos más anchos que las burbujas del gas”.
Luego, satisfecho por haber resuelto un misterio más, Parsons volvió a su trabajo.

El fin de las burbujas

Todo empezó con un escándalo financiero. El CEO de la Coca-Cola Company, Scott Lampard, se vio obligado a admitir que los balances de la compañía habían sido falseados. Durante años, la empresa se había dedicado a dibujar las cifras de sus ganancias para tapar las pérdidas reales.
La ineficiencia de la compañía atentaba contra su futuro. Los productos se vendían igual que siempre, sin embargo en la empresa no encontraban la forma de volver a tener ganancias. Entonces, para no hacer que la situación fuera peor, falseaban los balances. Era sabido que los accionistas no iban a encontrar muy simpática la situación real, y el valor de la compañía iba a bajar mucho si se conocía el estado real de sus finanzas.
Cuando se descubrió la maniobra, la reacción fue inmediata. Las acciones de Coca-Cola se desplomaron. Paralelamente se iban descubriendo nuevos escándalos sobre el funcionamiento de la compañía, y las acciones bajaban aún más.
Llegó un momento en el que la empresa no pudo seguir sosteniendo la situación. Con sus acciones en cero, tuvieron que dedicarse a vender activos para poder cubrir los costos. Pero tal era la ineficiencia que el interés de posibles compradores fue escaso. Y la Coca-Cola Company no tuvo más remedio que declararse en quiebra.
Poco tiempo después, se liquidaron las propiedades de la empresa que ya no existía. Como no había nadie en condiciones de comprar la enorme cantidad de propiedades, se las remató individualmente. La empresa tuvo que dejar de proveer jarabe a las plantas embotelladoras, y por ese motivo las plantas también tuvieron que dejar de operar. Eso significó el fin de la bebida que había iniciado todo, la Coca-Cola.
El hecho tuvo profundas consecuencias en la sociedad. Una vez disipado el shock producido por la quiebra de tan importante empresa, el público quería Coca-Cola y no podía conseguir. Algunas personas se pasaron a Pepsi, pero a la mayoría no le gustaba el sabor de la competencia.
Las botellas y latas de Coca-Cola sin abrir se vendían a precio de oro en las casas de subastas. La demanda había hecho que muchas empresas menores intentaran fabricar la Coca-Cola, de acuerdo a lo que suponían que podía ser la fórmula. El nombre Coca-Cola, sin embargo, no pudo ser utilizado debido a que seguía perteneciendo a los restos de la compañía que la fabricaba. Y el público no quería comprar terceras marcas porque resultaba vergonzante.
La industria de la publicidad resultó muy afectada por el cierre de la Coca-Cola. Las agencias que dependían de la cuenta de Coca-Cola cerraron, y lo mismo ocurrió con las productoras que dependían de esas agencias. Millones de personas se quedaron sin trabajo en todo el mundo.
Algo diferente ocurrió con los McDonald’s. Como se habían quedado sin bebidas, intentaron obtener un acuerdo con Pepsi para, por lo menos, poder ofrecer una gaseosa de marca reconocida. La Pepsico estaba interesada en esa oferta, pero no pudo llevarla a cabo por tener un contrato de exclusividad con Burger King. McDonald’s, entonces, empezó a fabricar su propia gaseosa, la McCola, para que no le volviera a pasar lo mismo en el futuro. De este modo, el gigante de hamburguesas pudo salir del paso.
No ocurrió lo mismo con los grandes eventos deportivos. El Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos dependían del aporte de Coca-Cola para su concreción, y dejaron de obtenerlo. Los Juegos Olímpicos dejaron de hacerse en forma inmediata. El Mundial sobrevivió un par de ediciones más, mientras la ausencia de la Coca-Cola minaba desde adentro los cimientos de ese deporte. No se podía vender más Coca-Cola en las canchas, y la televisión, al no tener avisos de la gaseosa, no tuvo fondos para financiar los derechos de los partidos. Los clubes y las asociaciones nacionales gradualmente se fundieron. El Mundial se terminó quedando sin equipos, y por eso no se pudo volver a jugar.
También los odontólogos vieron afectado su modo de vida, al reducirse las consultas por los problemas dentales que la célebre bebida causaba en la población.
El malestar social y los problemas económicos llevaron a las Naciones Unidas a tomar cartas en el asunto. Se votó una iniciativa para revivir a la Coca-Cola Company, esta vez con control internacional. Se invitó a Ginebra a las dos personas que conocían la receta de la Coca-Cola para formar parte de la nueva empresa. Por precaución, fueron en dos vuelos diferentes, y tuvieron la mala suerte de que los aviones chocaron entre sí. El accidente se llevó la vida de ambos y algo más valioso: la esperanza de tener otra vez la verdadera Coca-Cola en el mercado. El proyecto de las Naciones Unidas quedó trunco.
Pero el cambio más profundo fue ecológico. La cantidad de dióxido de carbono atrapado en botellas se redujo considerablemente, y eso hizo que subiera su proporción en la atmósfera. Los animales, entre ellos el hombre, vieron más difícil la respiración. Debían inhalar más veces para obtener la misma cantidad de oxígeno, y eso provocó muchas muertes entre las personas con problemas pulmonares. Los atletas redujeron su potencia, aunque el hecho no salió a la luz porque ya no existían los Juegos Olímpicos.
Al haber más dióxido de carbono, la superficie de la Tierra se cubrió de plantas. Empezaron a crecer en todos lados y con notable diversidad. En las ciudades se podaba todo lo posible y no se daba abasto. Se hicieron populares como mascotas los animales mansos y que comieran muchos vegetales, como las ovejas.
Así, una gran cantidad de personas se convirtieron en pastores. Al hacerlo, entraron en contacto con la naturaleza y adoptaron un modo de vida mucho más simple, sin la necesidad de ingerir sustancias artificiales.

Nativa

Fue un levantamiento social poco frecuente. Es raro ver que grandes hordas de gente compartan una opinión y se manifiesten con tanta vehemencia hasta conseguir lo deseado. La anécdota confirma el poder de los pueblos, cuya voluntad no puede ser contradicha sin consecuencias devastadoras para el que lo hace.
A mediados de 2004, la Coca-Cola Company decidió cambiar la fórmula de la Nativa, su gaseosa basada en la yerba mate. Parecía una buena idea. Las pruebas de sabor a ciegas daban excelentes resultados, todos disfrutaban más el nuevo gusto de la gaseosa que el anterior. Pero como la operación era secreta, no se había podido preguntar en las encuestas previas si el público estaba dispuesto a aceptar el reemplazo de la fórmula original por la nueva, más sabrosa. Y resultó que era una pregunta decisiva.
El martes 6 de julio de 2004 se lanzó la campaña publicitaria de la Nueva Nativa. Los avisos alababan las virtudes del nuevo producto al enfatizar el nuevo sabor, que decían que era más agradable y refrescante que el de la Nativa que hasta ese momento se podía conseguir.
Pero el público no quería saber nada. La Nativa, desde su lanzamiento a fines de 2003, se había convertido en un símbolo nacional y el pueblo argentino no iba a quedarse quieto mientras le quitaban sin justificación una bebida que había llegado a ser tan importante como la bandera.
Grandes demostraciones tuvieron lugar en el Obelisco porteño, y muchedumbres enojadas cortaron los accesos a la Capital Federal exigiendo el regreso de la nueva fórmula. Los fabricantes insistían con que la Nueva Nativa era mejor que la anterior, pero el público no la quería probar. La identidad nacional requería que no se tocara la fórmula de la Nativa.
La situación para los fabricantes de esta bebida era grave. Las ventas de la Nueva Nativa eran pésimas, y sólo se conseguía un buen volumen en los mercados cautivos, como los clientes de locales de comidas rápidas. El resto de la población rechazaba de plano la nueva fórmula. Algunos ciudadanos, desesperados, empezaron a importar Nativa desde Uruguay, donde la fórmula todavía era la anterior.
Era una forma de rebelión social que hacía palidecer a las revueltas de fines de 2001, cuando se había intentado cambiar la proporción de limón de la Pepsi Twist.
Ante tanta presión, la compañía se vio obligada a ceder. En agosto, sin discontinuar la Nueva Nativa, se presentó la Nativa Clásica. Los consumidores se volcaron masivamente hacia la gaseosa recuperada, y pronto las ventas superaron con holgura el pico máximo anterior al cambio. El público había sentido la amenaza y, al recuperar su bebida predilecta, se había volcado hacia ella fervientemente.
El mercado de la Nueva Nativa pasó a ser ínfimo, y luego de unos meses era raro encontrarla. Años más tarde se le cambió el nombre a Nativa II, y actualmente sólo se la puede conseguir en San Luis.

Una bebida diferente

Usted, probablemente, está acostumbrado a beber agua. ¿Qué respondería si le dijera que existe una bebida que le permite agregar un poco de variedad a sus menúes?
Es así, esa bebida existe. Se denomina “Coca-Cola”, y puede encontrarse a la venta en quioscos, supermercados y otros comercios. También existen máquinas que permiten conseguir esa bebida sin entrar en contacto con ninguna persona, aunque parezca increíble.
Se preguntará por qué habría de cambiar el hábito de beber agua. La respuesta es que debe darle un poco de variedad a su vida. De este modo podrá vivir más alegre. Es una bebida dulce, preparada a base de nuez de cola, que tiene un sabor agradable y duradero.
Como no tiene alcohol, se puede beber antes de manejar sin problemas. No reemplaza al vino ni a la cerveza, no tiene el propósito de alterar químicamente su estado mental. Y puede ser consumida por menores. En general, los que ya la probaron expresan su preferencia por la “Coca-Cola”.
La bebida contiene dióxido de carbono, que forma divertidas burbujas en el líquido, las cuales proporcionan una textura muy especial en su boca. No se preocupe, ese gas no se encuentra en cantidades letales, es una bebida perfectamente sana y ha sido autorizada por todas las autoridades competentes.
Si usted está a dieta, existen variedades de “Coca-Cola” que no tienen azúcar. Pregunte a su vendedor, quien lo sabrá asesorar al respecto. También existen versiones con ligeros sabores frutales que se combinan con el sabor natural de la nuez de cola para darle una multiplicidad de gustos. Hay de vainilla, cereza y limón, aunque estos sabores no están tan difundidos y en muchos puntos de venta no se consiguen.
Déle una oportunidad a la “Coca-Cola”. Pruébela, preferentemente, bien fría. Creo que le gustará.

El plan Pepsi

Estaba claro que hacía falta tomar medidas drásticas: la crisis económica golpeaba a todos los sectores y hacía peligrar la continuidad del gobierno. Por eso, los distintos equipos buscaban soluciones a la crisis de consumo y, sobre todo, a la enorme deuda externa que tenía aquel país.
El crédito estaba agotado. Era imposible recurrir a financiamiento externo. Los organismos internacionales en los que el país había confiado dejaron de confiar en él. Se limitaban a exigir lo que se les debía, mientras ignoraban los pedidos desesperados de los gobernantes para que otorgaran al país un préstamo que, aseguraban, sería el último.
De pronto, una carpeta llegó desde los confines del Ministerio de Economía hasta el escritorio del ministro. Se titulaba “Plan Pepsi” y contenía argumentos provocativos, pero bien razonados y lo suficientemente originales como para captar la atención del ministro. El plan consistía en recurrir a alguna empresa multinacional de amplios bolsillos para aliviar la deuda externa a cambio de ceder espacio de publicidad en los billetes emitidos por el Estado. Tenía que ser una empresa ávida de crecer, competitiva y que tuviera la suficiente motivación como para aceptar semejante maniobra publicitaria. Por eso, según explicaba la carpeta, Pepsi era la mejor elección. No había mejor campaña de marketing para la empresa que salvar de la quiebra a un país.
El ministro, al terminar de leer la carpeta, estaba convencido. Rápidamente pidió una reunión con el primer mandatario para hablarle del plan. El presidente escuchó, celebró la idea y autorizó a su ministro a iniciar las negociaciones con Pepsico Inc.
El ministro viajó a Estados Unidos para presentarse ante los directivos de la empresa. Llevó consigo una copia del plan redactada de modo persuasivo, además de una presentación en PowerPoint que detallaba los beneficios que el plan podía reportarle a la empresa.
Los directivos de Pepsico quedaron impresionados por la propuesta, y quedaron en responder a la brevedad. El ministro volvió al país para ocuparse de los problemas más urgentes, con la tranquilidad de que la economía del país iba a recibir un refrescante alivio por parte de los fabricantes de Pepsi.
Algunas semanas después, la plana mayor de la empresa se hizo presente en el país y pidió una reunión con el ministro de economía y el presidente. Anunciaron que tenían una contrapropuesta. Los funcionarios recibieron a quienes podían salvar a su país, y a su gobierno, con gran amabilidad.
El CEO de Pepsico anunció que la empresa estaba en condiciones de hacer mucho más por el país que lo que se le había pedido. Si los gobernantes querían, Pepsi podía acceder a pagar una porción de la deuda externa. Pero, por una compensación un poco mayor, la empresa estaba dispuesta a cancelar toda la deuda.
“Si les interesa, les puedo detallar el proyecto”, dijo retóricamente el CEO. Las caras del presidente y el ministro delataban interés. El directivo detalló el plan: Pepsico Inc. se haría cargo de la deuda del país en dólares si se aprobaban las siguientes condiciones:

  • Colocar publicidad Pepsi y bebidas relacionadas en los billetes del país, en lugar de los retratos de los próceres.
  • Declarar a Pepsi como la “bebida oficial de la nación”.
  • Transferir la responsabilidad del diseño de los billetes y monedas a la órbita de la empresa.
  • Cambiar la moneda del país: pasar del peso al pepsi.
  • Incorporar una paridad, según la cual el valor de la nueva moneda fuera el equivalente a un litro de Pepsi.

Los gobernantes escucharon las condiciones y pidieron una nueva explicación del último punto. Los directivos volvieron a intentarlo: la idea era que el valor de la moneda respecto de las emitidas por otros países estaría dado según el valor del litro de Pepsi en cada una de ellas, según una tabla que confeccionaría la empresa especialmente. De este modo, el valor de los productos en venta en el país estaría expresado en cuántos litros de Pepsi podría comprarse con ese mismo dinero.
La paridad beneficiaría igualmente a los habitantes del país, al darle una moneda estable, y a los consumidores de Pepsi, al facilitarles la compra de la bebida.
Las autoridades estaban tentadas de aceptar. Pensaron que, después de todo, era más o menos lo mismo tener una moneda que representara su valor en oro, en dólares o en Pepsi. Además, cancelar la deuda externa haría que en florecieran las oportunidades para reactivar el consumo y hacer crecer la economía. Pero el ministro tuvo una objeción. “¿Eso no implicaría crear una moneda sin respaldo?”
Los directivos de Pepsico explicaron que no era necesario. Simplemente el Banco Central debía utilizar todas sus reservas en dólares para comprar Pepsi, de modo de poder respaldar la nueva moneda. El presidente preguntó a qué precio y, gracias a su habilidad para negociar, consiguió un descuento por volumen.
Luego de acordar detalles como los estándares de seguridad para la impresión de los billetes, el plan se implementó. Gradualmente dejó de circular el peso, y fue reemplazado por el pepsi. La Ley garantizaba que cualquier ciudadano que fuera al banco central con un pepsi (P$ 1) y una botella vacía podía llevarse un litro de Pepsi. De este modo se fue generando confianza en la nueva moneda, pese a las protestas de grupos aislados que, de cualquier manera, no dejaban de ver con buenos ojos la cancelación de la deuda externa.
La bóveda del Banco Central se convirtió en una gran heladera. Los técnicos del Banco, con la ayuda de personal especializado de la empresa, instalaron sistemas para impedir que la bebida perdiera el gas. También instalaron un sistema que permitía servir exactamente un litro de gaseosa.
Con el cambio de moneda, se generó un boom de consumo. Empezaron a llegar inversiones extranjeras. Con ello, la recaudación impositiva pudo aumentar considerablemente. El Banco Central recibía dólares de las exportaciones y los usaba para comprar litros de Pepsi que iban a parar a la antigua bóveda, ahora convertida en heladera.
Durante algunos años, la economía creció. Luego el ciclo se fue revirtiendo. Algunas crisis en países lejanos hicieron que los inversores perdieran la confianza en las economías en desarrollo, y muchos se fueron del país. La economía empezó a mostrar signos de recesión.
El gobierno decidió que tenía que estimular el consumo. Pero los funcionarios se encontraron con un obstáculo: no podían colocar más dinero en circulación porque no había entrada de dólares con los que comprar más Pepsi para las reservas.
Había dos opciones: pedir Pepsi prestada a los países vecinos, o recurrir a los organismos internacionales de crédito para que les prestaran dólares de modo que el Estado pudiera comprar Pepsi. Un técnico del Ministerio de Economía sugirió convertir la mitad de las reservas de Pepsi en Coca-Cola, de modo que el valor de la moneda del país estuviera en el medio de las dos y con el cambio resultante se diera el pequeño empujón que la economía del país necesitaba. Pero ese plan hubiera violado la cláusula de exclusividad del contrato con Pepsi, por lo que no se pudo concretar.
El gobierno optó por una decisión arriesgada. Se estableció el procedimiento de aguar la Pepsi que estaba almacenada en el Banco Central. De ese modo, aumentaría la cantidad de litros en las reservas y se podrían emitir billetes para, así, aumentar la liquidez de la economía nacional.
Al principio la maniobra funcionó, pero después de un tiempo el abuso terminó por delatarla. A las sospechas de quienes bebían la Pepsi oficial, se sumó un informe de Pepsico Inc, en el que se acusaba al país de tener más litros de Pepsi en las reservas que los que había comprado a la empresa (que por la misma cláusula de exclusividad era el único proveedor autorizado de la bebida oficial de la nación).
El informe de la empresa generó una total desconfianza en la moneda del país, que terminó en una espiral inflacionaria. Con un pepsi se podía comprar cada vez menos Pepsi genuina en los comercios.
El abandono de la paridad pepsi-Pepsi rápidamente tuvo que hacerse oficial. Se decidió volver a las reservas en dólares. Se rescindió el contrato con la empresa, que no quiso recomprar los litros de gaseosa que el Banco Central poseía.
Para recuperar las reservas en dólares, el país recurrió a diferentes maniobras. Empezó a vender Pepsi clandestina en el exterior. También vendía su Pepsi aguada oficialmente en el mercado internacional, como una marca barata de bebida cola.
De este modo, el país recompuso el valor en dólares de un pequeño porcentaje de sus reservas. El ministro de economía, después de todas las idas y vueltas, renunció. Su reemplazante, con los dólares que quedaban, se dedicó a elaborar un nuevo plan para recuperar la economía del país.