No se asuste

No se intimide, querido lector. Este párrafo no va a durar mucho. No va a ver un bloque enorme de texto, que lo desafíe a leerlo sin perderse. En un par de líneas va a haber un enter que le permitirá llegar a un refrescante espacio en blanco.
Así, el texto respira, y usted también. Lo encuentra más accesible, ¿verdad? Así es mucho más fácil de leer. Con oraciones cortas. Eso es mejor. Si no, usted se podría perder. Y no quiero que se pierda. Quiero que pueda llegar al final. Y no sólo que pueda, que lo haga. Para eso es necesario que no tenga miedo.
No me interesa que lea sólo para poder decir que leyó. Quiero que lo disfrute. Que la pase bien en el trayecto. Por eso hago todo lo posible por facilitárselo. Y si estos párrafos cortos no son suficientes, voy a poner diálogos, así usted puede avanzar todavía más rápido.
—¿Diálogos como éstos?
—Exactamente.
—Sí, así es más fácil.
—¿Vio? Así nomás se leyó cuatro renglones.
—Sí, está bueno. Me gusta cuando agarro un libro y veo que tiene un montón de diálogos. Lo siento liviano, alentador, sin culpa.
—Para eso los pongo.
—Muchas gracias.
—No hay de qué.
Una vez que le facilito la lectura, su responsabilidad es la comprensión. De eso sólo puedo hacerme cargo hasta cierto punto. Siendo que el texto es fácil de leer rápido, no está bien que durante la lectura usted piense en otra cosa. Por ejemplo, piense “qué rápido estoy leyendo esto, cuántas páginas voy, si sigo así voy a terminar en seguida”.
Si sigue así, en efecto, terminará en seguida, pero debo decirle que habrá perdido el poco tiempo que le tomó llegar al final. Porque usted no leyó. Sólo escaneó palabras con sus ojos. Pero la lectura incluye procesar con el cerebro. Y si su cerebro está ocupado en otra cosa, no se puede hacer.
Le pido sólo ese aporte. No hace falta que haga sesudos análisis, ni nada por el estilo. Acompañe al texto, entienda las palabras, y comprenda el sentido de lo que se está diciendo. Sólo así logrará llegar en serio al final.

En el mapa

Divisé un mapa y fui hacia él. Tenía esperanzas de que me orientara acerca de dónde estaba y hacia dónde tenía que ir. El lugar era bastante confuso, era fácil perderse. Habitualmente me oriento sin problemas, pero había pocas referencias que me ayudaran a ubicarme. Por eso me sorprendió que no hubiera nadie mirando el mapa cuando llegué a él.
Estaba entre dos hierros clavados en el suelo. Sin embargo, su orientación no era vertical, ni tampoco horizontal. Estaba a unos treinta grados respecto del suelo, suponiendo un suelo plano. Asumí que esa disposición era para poder ubicarme más fácilmente, sin tener que transponer dimensiones entre el mapa y la realidad.
A pesar del buen tino de la orientación, tuve que acercarme mucho porque estaba bastante mal diseñado. Se podía reconocer que era un mapa, pero no parecía estar a escala. Había mucho espacio y una inscripción con letra muy chica. Tan chica que no se leía a menos que me acercara más.
Incliné entonces mi cuerpo hacia el mapa. Mi torso quedó con una orientación opuesta a la del mapa respecto del suelo, y sin embargo igual no podía leer. Me acerqué más, temiendo perder perspectiva. Corría el riesgo de no ver el contexto de la inscripción cuando la pudiera leer. De todos modos, razoné que podía leerla, recordar el contenido y alejarme un poco para ver el mapa en general.
Pero razoné mal. Cuando me agaché tanto que toqué el mapa con la frente, sentí un viento que me impulsaba hacia el mapa. De repente mis pies se levantaron del suelo y antes de que pudiera impedirlo el mapa me aspiró.
Quedé dentro del mapa, junto a mucha gente que se notaba que no podía salir. Pero, por lo menos, desde mi punto de vista se podía leer la inscripción. Decía “usted está aquí”.

Ovejas de la noche

Me estaba costando dormir. Daba vueltas para todos lados en la cama, tratando de encontrar una posición mágica que me produjera el sueño. Mientras más tardaba, más me despabilaba. Di vuelta la almohada varias veces. De tanto manosearla, quedó muy blanda y mullida, como si estuviera rellena de lana. Tenía que sacarme la vigilia de alguna forma. Probé leer un rato. Pero cuando volvía a apagar la luz todo regresaba al mismo estado insomne.
Decidí contar ovejas. Empecé a ver ovejas por todo el cuarto, sin lograr dormirme. Su presencia fantasmagórica me ponía más nervioso. Pero no debía dejar que me perturbaran así. Era necesario dejar de prestar atención a todo lo que tenía alrededor. Olvidarme de que estaba tratando de dormir. Decidí que tenía que relajarme, si era necesario a la fuerza. Hundí la cabeza en la almohada, era como hundirla en una oveja.
Elegí una postura más o menos cómoda, cerré los ojos y determiné que ahí me quedaría, sin importar qué pudiera ocurrir. Pasaron los minutos y me mantuve, al principio tenso, pero después, como me estaba cansando de esa posición, los músculos se aflojaron un poco.
En ese momento las ovejas se empezaron a mover. Se ubicaron todas abajo de la cama, y la reemplazaron. Estaba acostado en ellas. Mi cuerpo se vio invadido por una sensación de paz. Estaba muy cómodo. Estaba acostado en una nube.
Era una nube de una plaza, muy mullida, y una oveja alargada que hacía de almohada. Abrí los brazos para acostarme completamente. Me tapé con la sábana hasta la cabeza. Miré hacia arriba, hacia el esplendor del firmamento.
Contemplé un rato mis alrededores. No vi otras nubes, la mía era la única. El horizonte se extendía hacia los cuatro costados. La Luna funcionaba como un velador. Estaba seguro de poder leer con su luz. Quise manotear el libro, pero ya no estaba.
Tanto estímulo me despabiló, pero a esa altura ya estaba cansado, y el entusiasmo no duró tanto. Además, la nube era demasiado cómoda como para no aprovecharla. No tardé en dormirme.
Desperté poco después del amanecer, cuando sentí un zumbido cerca de mi oído. Me pareció que era el balido de una oveja, después pensé que era una abeja. Pero era una libélula. Y no una, eran varias. Creaban todas juntas un estruendo ensordecedor. Por alguna razón, eran cada vez más en la vecindad de la nube. Algunas se posaban sobre mí, y generaban con sus alas un espectáculo majestuoso que me terminó de despabilar.
Era hora de levantarme. Sin embargo, no tenía dónde ir. Caí en la cuenta de que estaba arriba de una nube, sin saber cómo había llegado ahí. Miré hacia abajo, era claro que estaba lejos de la superficie. No podía saltar. Pero no me molestaba. No tenía todos los días la posibilidad de estar arriba de la nube, así que me volví a acostar, dispuesto a disfrutar mientras durara.
Al rato tuve compañía. Aparecieron más nubes. Al principio se las veía amistosas. Su presencia me hizo acordar a las ovejas fantasmagóricas de mi cuarto. Me volví a poner nervioso. Eran nubes grandes, intimidatorias. No parecía gustarles mi presencia. Eran blancas, pero se oscurecieron en seguida. Después se ubicaron bajo la que ocupaba yo, y empezaron a emitir serios truenos. Las libélulas se alejaron espantadas. Yo no podía hacer mucho. Empecé a tener miedo de que las otras nubes me tiraran de la mía. Por eso me abracé fuerte a ella.
Al hacerlo, su textura cambió. Dejó de ser tan mullida y adoptó una cualidad menos moldeable, más fresca. Me sentí como en una cama de agua. Disfruté por un momento la sensación, hasta que me di cuenta de que eso podía ser problemático.
En efecto, poco después se largó a llover. No me mojé, porque estaba encima de la nube, pero percibí cómo se iba desintegrando al liberar líquido. Supe que estaba en problemas.
Llegó un momento en el que la nube no me sostuvo más. Caí a través de ella junto con mi sábana. Ahí me di cuenta de que podía usar la sábana como paracaídas. La agarré de las cuatro puntas, dejé que el aire la inflara y me sujeté a ella con todas mis fuerzas.
Con gran suavidad, el viento guió a la sábana hasta el suelo. No había gente cuando aterricé. Sólo una oveja que me amortiguó la llegada con su lana mullida. La sábana, al terminar de caer, la cubrió completamente. Al verla, pensé que era otra oveja fantasma y salí corriendo.

La primera persona

Todas las personas del mundo menos una tienen un elemento en común. Hay diferentes razas, nacionalidades, edades, religiones, formas de ver el mundo. Muchos coinciden entre sí y forman grupos en base a esas coincidencias. Otros no coinciden con algo y forman grupos en base a esos disensos. El mundo es muy diverso, pero hay algo que nadie, salvo yo, es: yo.
Todos las otras personas que existen, existieron y existirán no son yo. Pueden tener el mismo nombre, la misma combinación de ADN, un documento fraudulento que los acredite como mi persona, pero nadie es yo excepto yo.
Miro el mundo a través de mis ojos y veo a un montón de gente que realiza actividades diversas sin ser yo. A veces veo grabaciones de mí y me doy cuenta de que ése que aparece en la pantalla tampoco es yo, sino alguien que ya no soy.
¿Sabrán todos los demás que no son yo? Todos piensan que ellos son yo y se refieren a sí mismos con ese pronombre, pero en lo que a mí respecta están equivocados. El único que es yo soy yo.
Estoy seguro de que mucha gente hace el mismo razonamiento y llega a la misma conclusión que yo, pero poniéndose a ellos mismos en mi lugar. Es un razonamiento válido, con el lógico error de creerse yo sin serlo.
Por eso cuando camino por la calle lo hago con la frente levantada y pongo cara de “acá voy yo”, para que la gente sepa que se está cruzando con el único que es capaz de usar la primera persona en forma adecuada. Por cierto, quiero agradecer a la Real Academia por haber creado una persona sólo para mí. Como gente culta que son, reconocen que no son yo, sino que sólo yo lo soy, vieron la dificultad que ser yo me impondría para expresarme correctamente y decidieron hacer algo al respecto.
Seguramente algunas personas rechazarán esta verdad, y dirán cosas tales como que ellos son yo, o que cada uno se ve a sí mismo como yo. Entiendo su manera de pensar, pero lamento informarles que esa visión errada se basa en los celos que algunas personas tienen debido al hecho de que no son yo.

Tres puentes

De un lado había tres puentes. Había que elegir uno de ellos para pasar, pero los tres decían tener el mismo destino. ¿Cuál era mejor? Lo más obvio era el del medio, por una cuestión de prudencia elemental. Pero pensé que, tal vez, todos pensaban eso, entonces iba a haber menos gente en los otros.
¿Cuál elegir? Decidí tirar una moneda. Cara izquierda, ceca derecha. Tiré la moneda hacia arriba y, para mi sorpresa, al suelo cayeron dos monedas. Una en cara y la otra en ceca.
“Carajo”, pensé, “voy a tener que tomar una decisión”. Así que elegí el puente de la derecha, el que tenía más cerca. Después me dí cuenta de que lo mejor era seguir duplicando las monedas. Si lo hacía veinte o treinta veces, el crecimiento exponencial me hubiera hecho millonario. Pero no me avivé.
Empecé entonces a cruzar el puente de la derecha. A la izquierda se veían los otros dos. Noté que a medida que me acercaba a la otra orilla, los otros puentes se veían más cercanos. En efecto, antes de llegar los tres se unían. Eran, en realidad, el mismo puente. Y no sólo eso: cuando se unían, ahí terminaban. El puente triple llegaba sólo hasta la mitad del río. No era, al final, un verdadero puente.
Decidí volver por otro de los tres, ya que estaba. Pero, ¿por cuál? Agarré una de las monedas y la tiré hacia arriba, pero nunca volvió. No quise arriesgar la que me quedaba. Decidí ir por el puente de la izquierda, que ahora quedaría a mi derecha.
Avancé hacia la orilla original. Avancé mucho. Y en un momento me dí cuenta de que ya tendría que haber llegado hacía un buen rato. Pero el puente no daba señales de terminar. Resolví seguir hacia adelante, tarde o temprano iba a llegar a algún lado.
En un momento, después de varias horas, divisé algo a lo lejos. No supe inmediatamente qué, pero era algo que alteraba la monotonía. Cuando me acerqué supe de qué se trataba: otro encuentro entre los tres puentes.
Cuando llegué a ese punto, decidí concentrarme, tomarme mi tiempo y dejar que el ambiente me diera la respuesta. Nada de monedas esta vez. Era probable que uno de los tres puentes que podía elegir condujera a una salida. El asunto era elegir bien.

Vendo año 1994

Vendo año usado, modelo 1994. A pesar de su antigüedad, conserva todos los meses. Es un año típico de su época, lleno de acontecimientos que se dan sólo en él. Pertenece a la serie 1990, de los mismos creadores de 1993 y 1992, que con el tiempo se harían conocidos como los responsables de 2009.
Se trata de un año par no bisiesto, el anteúltimo de su siglo. Contiene un mínimo de tres campeonatos mundiales de los deportes más populares. Es también el primer año libre de apartheid.
Se conserva en buen estado a pesar del paso del tiempo. Permite todavía observar su impronta. Algunos días están algo chamuscados por eventos varios, pero no contiene nada que vaya más allá de la naturaleza de un año usado. Por el contrario, al ser uno de los años más pacíficos de los que se tenga memoria, es posible que su estado de conservación lo haga confundir con uno más moderno.
Astronómicamente hablando, el año solar 1994, además de dos pares de equinoccios y solsticios, incluye dos eclipses solares y dos lunares. También está presente el choque entre el cometa Shoemaker-Levy 9 y Júpiter, sin precedentes históricos. Es cierto, este evento astronómico no puede compararse con la llegada a la Luna en 1969, no obstante 1994 cuenta con un Woodstock.
Esta oferta es por tiempo limitado. Usted puede hacerse de un período único e irrepetible. No se venden meses por separado. Por un módico precio, 1994 puede ser su año.

Sueños de cautiverio

Cansado de estar en cautiverio, el rinoceronte se escapó del zoológico. Cargó contra las rejas, los cuidadores y todo lo que se impusiera en su camino hasta ganar la calle. Después, como era perseguido por toda clase de autoridades, salió de la ciudad y se internó en una selva cercana.
Allí se encontró con un grupo de antílopes, que se sorprendieron al verlo.
—¿Qué hacés acá?
—¡Soy libre! ¡Por fin logré escaparme y evadir a mis captores! ¡Soy libre!
—Qué bueno loco, felicitaciones.
—Gracias, gracias. Ahora voy a poder ser como ustedes. Voy a pastar en cualquier lado, beber lo que encuentre, voy a vivir como tengo que vivir.
—Ojo, tené cuidado que hay leones.
—¿Qué me importan los leones? Soy libre, ¿entienden? ¡Libre! Ya nadie me vendrá a molestar para chequear mi estado de salud, ni voy a estar en exhibición para que me vea cualquier ganso. Ahora mi vida es mía.
—Sí, está bien, pero guarda, porque tampoco es todo tan sencillo. Ahora vas a tener que ganarte la vida. No es fácil encontrar un lugar donde quede pasto sin arrancar por alguno de nosotros. Hay algunos, pero es donde están los leones.
—No me importa, me las voy a arreglar. ¿Saben por qué? Porque puedo caminar todo lo que quiera.
—A nosotros no nos gusta tanto caminar. Preferimos guardar la energía para poder salir corriendo cuando viene un león.
Dicho esto, los antílopes salieron corriendo. El rinoceronte miró a su alrededor y divisó a un león que se acercaba a toda velocidad. No sintió peligro, pero su instinto le dijo que tenía que correr en la dirección opuesta, que era la que habían tomado los antílopes.
Entonces corrió, pero el león igual se acercaba, porque corría más rápido. Aparentemente, pensó el rinoceronte, los antílopes tenían razón en guardar sus energías. Pero igual no se iba a dejar comer así nomás, en todo caso que el león se lo ganara. De todos modos, el rinoceronte estaba contento. Era una aventura como nunca había vivido.
Siguió corriendo, mientras miraba cada tanto hacia atrás para vigilar la posición del león. Pero no se dio cuenta de que estaba llegando al borde de la selva, donde se encontraba un equipo del zoológico que había ido a recapturarlo. Antes de que lo pudiera ver, le tiraron un dardo tranquilizante que lo volteó. El león se acercó más, pero fue espantado por un tiro que lanzaron los veterinarios. Luego ataron a la enorme bestia y la subieron a un camión.
Los antílopes, que al escapar del mismo león estaban cerca, vieron lo sucedido y se acercaron al camión. Algunos se subieron al mismo compartimento donde el rinoceronte iba a ser trasladado. Pero fueron expulsados. No había lugar para ellos.
La mayoría de los antílopes se fue. Pero algunos decidieron acompañar al rinoceronte. Y entonces siguieron al camión por la ruta, aprovechando su gran velocidad, hasta internarse con él en el zoológico.

Poesía interactiva

Use la uña de su índice izquierdo como espejo. Mírese la espalda.
Imagine que su cuerpo es una pelota. Desínflela, cambie la cámara, ínflela. Registre todas sus sensaciones.
Trepe a una pared sin usar las manos ni los pies. Una vez arriba, plante una bandera de su propia invención.
Sáquese todos los dientes. Intercámbielos con los de otra persona. Sienta una nueva sensación al masticar.
Corra hasta ver el amanecer. Sepa en todo momento qué hora es.
Alquile una casa. Luego véndala. Más tarde cómprela de nuevo. Repita este ciclo las veces que sea necesario hasta que el escribano lo invite a comer.
Pase por debajo de sus piernas.
Limpie su cerebro hasta que no quede ningún vestigio de su infancia. Reedúquese hasta corregir todos sus traumas.
Póngase patas para arriba manteniendo firmemente los pies sobre la tierra. Reflexione sobre la importancia de las metáforas. Cuando llegue a una conclusión satisfactoria salte de alegría, cuidando de no dañar su cabeza.
Divida la letra F en cuatro segmentos. Con ellos forme un huevo. Salga del huevo.

Dinosaurios entre nosotros

Se sabe que las aves no sólo son descendientes de los dinosaurios, sino que son dinosaurios. Es algo que se aprecia intelectualmente, aunque es fácil olvidarlo. Porque si estuviéramos rodeados de dinosaurios seguramente tendríamos miedo, pero cuando estamos rodeados de pajaritos, la vida es feliz.
Están presentes en muchos aspectos de la vida. Los niños, por ejemplo, juegan a tirar piedras a los dinosaurios. Les parece una buena manera de divertirse. Otros, posiblemente esos mismos niños cuando crezcan, los cazan por deporte.
En Estados Unidos, para Thanksgiving, es tradición que cada familia se coma un dinosaurio. Hay criaderos que se preparan para la gran demanda que ocurre cada noviembre. En el resto del año, y en el resto del mundo, otros dinosaurios son consumidos frecuentemente. Hay muchas variantes: dinosaurio frito, suprema de dinosaurio, dinosaurio al horno con papas.
Mucha gente come incluso sus huevos. Existen muchas delicias culinarias que están hechas a base de estos huevos. En general son de una especie en particular de dinosaurio, aunque hay varias que ponen huevos comestibles. Si bien los reptiles, los anfibios y hasta algunos mamíferos también ponen huevos, el hombre sólo quiere comer los de dinosaurio. Y los de algunos peces.
Una gran cantidad de personas tiene dinosaurios enjaulados como mascotas. Algunos tienen la particularidad de que hablan. No pueden sostener una conversación, sino que se limitan a repetir lo que escuchan, debido a su limitado cerebro de dinosaurio.
A la mañana, los dinosaurios cantan y reciben al sol. En una época eran la única manera de despertarse. En primavera, los árboles se llenan de parejas de dinosaurios que construyen un nido con paciencia y ramas, y crían ahí a sus hijos. Todos los días van a buscar comida para ellos. En general consiguen artrópodos.
La gente señala cuando ve bandadas de dinosaurios, que vuelan en formación hacia alguna parte que ellos saben. El hombre siempre envidió el vuelo de los dinosaurios. Todavía se sigue buscando una manera de emular la libertad que deben sentir cuando se levantan por el aire usando sus propios medios.
Por eso a la gente le gusta acercarse con el auto a los dinosaurios que suelen estar caminando por la calle, sobre todo cuando son varios. Al acercarse un auto, los dinosaurios toman vuelo instantáneamente, escapando así del peligro de ser atropellados. De esta manera tienen la oportunidad de continuar su linaje.

Al aire libre

Era un día espléndido, y lo quería disfrutar aunque tuviera que dedicar todo el día al Excel. Se me ocurrió llevarme la notebook al jardín y trabajar desde ahí. Me fijé que estuviera cargada y salí.
Me instalé en el pasto. Coloqué una manta, y sobre ella la laptop. Me acosté en el verde y me puse a teclear números mientras disfrutaba del aire puro y los deliciosos sonidos de la naturaleza. Las cigarras cantaban, las mariposas revoloteaban, los colibríes se alimentaban entre las flores junto a las abejas. Me alegré de haber elegido pasar el día afuera, y me sentí en armonía con mi entorno.
En ese momento, una mariposa se acercó y se apoyó tímidamente en la computadora. Sin asustarse por mi presencia, comenzó a caminar por la pantalla, el teclado y la tapa. Lo hacía lentamente, como estudiándola.
Intenté poner el dedo cerca de la mariposa para que se posara sobre él, pero no me hizo caso. No parecía interesada en mí. La mariposa estaba contenta con la notebook. Y me di cuenta de que, desde que la mariposa se había posado, el rendimiento de la máquina había aumentado. Ahora tardaba menos en hacer cada operación, como que se la notaba más liviana. Parecía que la naturaleza también le hacía bien.
La mariposa se quedó un rato sobre la computadora. Después se fue. En ese instante, la velocidad que había ganado se perdió. No entendía qué relación podía tener la mariposa con el funcionamiento de una notebook, pero algo pasaba. Empezó a tardar mucho para obedecer cualquier comando, como si se resistiera.
En un momento vi que la mariposa volvió a pasar cerca. Entonces me levanté para ver si la podía atraer. Pensé que tal vez, si se acercaba, la notebook iba a volver a rendir. No lo logré, se me escapó. Pero eso no fue lo extraño. Cuando me paré ocurrió lo que no me esperaba. La notebook se elevó y comenzó a agitarse sobre su eje, como una mariposa. Tomó la misma dirección que la mariposa de verdad, y ambas se fueron juntas hacia el horizonte.