Vertientes

Había una vez un partido de derecha que tenía distintas ramas. Una de las ramas estaba a la izquierda, la otra a la derecha. La rama de la derecha estaba, a su vez, dividida en una rama de derecha y otra de izquierda, y la rama de la izquierda tenía un segmento más a la izquierda y otro más a la derecha.
También había un partido de izquierda que tenía una rama más a la derecha de la otra, y a su vez ambas ramas estaban divididas en un lado izquierdo y otro derecho.
Los del lado derecho de la rama derecha del partido de izquierda tenían opiniones muy cercanas a los del segmento de la izquierda de la rama de izquierda del partido de derecha. Muchas veces, ante una propuesta de uno de esos dos sectores apoyada por el otro, los de la izquierda más izquierda acusaban a los de la izquierda de derecha de ser derechistas; y los del lado derecho del partido de derecha acusaban a los de la izquierda derechista de ser izquierdistas.
De la misma manera, los de más a la izquierda acusaban de derechistas a todos los demás. Los más cercanos a ellos, esto es la rama derecha de la rama izquierda del partido de izquierda, se enojaban de ser acusados de derechistas y a su vez acusaban de izquierdistas a sus correligionarios.
En un momento, la rama izquierda de la rama derecha del partido de derecha se corrió a la izquierda. Entonces el partido de derecha quedó con una rama a la derecha, dos ramas a la izquierda de ella pero una a la derecha de la otra y una rama izquierda. A su vez, algunos de la rama derecha que había pasado a ser izquierda no estaban conformes con el cambio y formaron una nueva rama izquierda de la rama derecha del partido de derecha, quedando el partido con cinco subramas en total. No hay que olvidar, de todos modos, que se trataba de un partido de derecha y por lo tanto todas las ramas estaban a la derecha del partido de izquierda.
En el partido de izquierda también se producían divisiones. Una facción quiso captar al electorado de derecha descontento con los cambios en su partido. Se creó entonces una rama de izquierda derechista que estaba a la derecha de todas las ramas de su partido y también a la derecha de la rama más izquierdista del partido de derecha. Los otros miembros de su partido los trataban de derechistas, y los miembros del partido de derecha que habían quedado a su izquierda seguían tratándolos de izquierdistas. Las otras ramas del partido de derecha seguían viéndolo a su izquierda.
De repente, en la rama derecha del ala izquierda del partido de izquierda empezaron a pensar que el cambio de la vertiente más derechista de su partido era positivo pero no suficiente. Había que adaptarse a los nuevos tiempos, decían. Y formaron un nuevo partido de izquierda que se ubicó a la derecha de la rama izquierda del ala izquierda del partido de derecha. Pero no se afiliaron al partido de derecha, porque sus convicciones no se lo permitían.
Entonces se daba el caso de que había dos alas izquierdistas que eran más de derecha que algunas vertientes del partido de derecha. Estas ramas eran vistas como izquierdistas por los de derecha, por derechistas por los de izquierda y como representantes de la nueva política por ellos mismos.
Todo se agravó cuando la vertiente izquierda del ala derecha del partido de derecha eligió pasarse al partido de izquierda, pero como un fuego de artificio para captar votos, sin cambiar sus ideas. Esto provocó, primero, un cisma en esa rama, parte de la cual siguió siendo la rama izquierda del ala derecha del partido de derecha. Pero la otra parte se autoproclamaba como la rama izquierda del ala derecha del partido de izquierda, lo cual les causaba problemas con la verdadera rama izquierda del ala derecha del partido de izquierda, que los acusaba de derechistas y de querer confundir al electorado.
Cuando se acercaban las elecciones ambos partidos hicieron internas para definir a sus candidatos. Cada rama postuló a sus representantes. El electorado del partido de izquierda debió elegir entre la rama izquierda del ala izquierda, la rama derecha del ala izquierda que se había volcado a la derecha, la rama izquierda del ala derecha del partido de derecha que se decía la rama izquierda del ala derecha del partido de izquierda, la verdadera rama izquierda del ala derecha del partido de izquierda y la rama derecha del ala derecha del partido de izquierda, que se había volcado a la derecha, quedando más a la derecha que algunos de sus colegas de derecha. Cada uno de los candidatos explicaba por qué era la opción más válida de la izquierda y cómo los demás no eran la verdadera izquierda.
En el partido de derecha se podía elegir entre el ala izquierda, la rama izquierda del ala que antes era izquierda y ahora era central, la rama derecha de esa misma ala, lo que quedaba de la rama izquierda del ala derecha y la rama derecha del ala derecha. Cada rama intentaba convencer a todos de su condición de derechista indudable.
La lista que resultó elegida por el partido de izquierda se alió, para las elecciones generales, con la más afín de las listas del partido de derecha, armando un frente que a los de izquierda les parecía de derecha y a los de derecha les parecía de izquierda. La lista elegida en el partido de derecha se alió con la vertiente que se había volcado falsamente a la izquierda, dando la impresión a los que estaban más a la derecha de ser izquierdistas, pero de ser derechistas a los que estaban más a la izquierda.
En la elección general ganó uno de los dos partidos, que en el ejercicio de su gobierno tuvo la oposición permanente de los miembros del otro, excepto aquellos que, sin abandonar sus convicciones, habían aceptado cargos en el nuevo gobierno. Pero como no se desafiliaron a su partido de origen, los miembros de la rama más distante del gobierno los tildaban de opositores. Al mismo tiempo los de su propio partido los tildaban de traidores y oficialistas.
Luego de algunos meses de gestión algunos funcionarios se alejaron del gobierno, según sus palabras “asqueados del juego sucio de la política”. Ellos se fueron de sus respectivos partidos y formaron uno nuevo, el Partido del Nuevo País. Para las siguientes elecciones el Partido del Nuevo País no pudo elegir un candidato y se presentó con dos listas separadas, una de izquierda y otra de derecha.

Valorar la vida

Ayer, en el barrio de Ingeniero Maschwitz, un trabajador fue asesinado delante de su hijo de cuatro años. Tres delincuentes lo acribillaron al asaltarlo mientras él regresaba de buscar a su hijo del jardín, porque no tenía más que 50 pesos para darles.
Es realmente indignante que ocurran cosas así. La víctima era un trabajador honesto y querido por la comunidad. Una persona humilde que era solidaria con los demás y siempre trataba de enfrentar la vida con una sonrisa. No era un viejo amarrete y amargado que, al final, daría lo mismo que viviera o no. Con su muerte, el mundo perdió a alguien valioso.
Pero esto no es todo. 50 pesos no es un monto razonable para justificar un asesinato. Por lo menos, no el asesinato de una persona así. Si hubiera tenido un maletín con cinco millones de dólares, la situación hubiera sido otra. Pero no lo tenía, y estos desalmados lo mataron igual por menos plata que la que se le podría arrebatar a alguien en un colectivo lleno.
El hecho es especialmente descorazonador porque fue adelante del hijo, que tendrá que crecer con el recuerdo de haber visto morir a su padre por tan poco. Ni siquiera se puede consolar con que lo mataron mientras él, irresponsablemente, efectuaba una operación de narcotráfico adelante de su hijo. No, simplemente lo había ido a buscar al jardín, en un esfuerzo por pasar más tiempo con él.
Eso no es un buen ejemplo para los más chicos. Ver a su padre asesinado sin ninguna razón justificable, sólo por una cantidad irrisoria de dinero, le puede traer consecuencias dañinas en su crecimiento. Si lo que queda de su familia no lo contiene bien, corre el riesgo de no aprender el verdadero valor de la vida.

Al mismo tiempo

La máquina del tiempo de Hugo tenía un defecto: no podía viajar en el espacio. Le permitía trasladarse a cualquier época, pero en el mismo lugar donde estaba. Y aunque era portátil, el viaje se producía en el lugar específico donde se encontraba en el momento de la partida.
Hugo quería viajar a distintas épocas lejanas, pero tenía dudas de que fuera responsable. No quería cambiar la historia, porque estaba al tanto de los riesgos de producir paradojas temporales. Tampoco quería visitar el futuro, porque sus conocimientos sobre el porvenir le hacían correr el riesgo de generar paradojas en su propia época. Hugo estaba contento de que el inventor del viaje en el tiempo hubiera sido alguien meticuloso como él, porque si caía en malas manos el mundo podía no volver a ser el mismo.
Así que no hacía viajes grandes, se conformaba con usos cotidianos. La máquina le permitía una mejor administración del tiempo. Él iba a trabajar durante el día, y muchas actividades que quería hacer entraban en conflicto con ese horario. Pero con la máquina del tiempo no había problemas. Simplemente, al salir de trabajar se trasladaba a la hora adecuada y se daba libertad. Después volvía al horario de donde partió, o al equivalente si hubiera hecho esa actividad al salir del trabajo.
Los viajes le trastocaban un poco el sueño, le producían una especie de jet lag, pero también lo ayudaban a solucionarlo. Si tenía sueño y era muy temprano, retrocedía hasta la hora de dormir. Si se quedaba dormido, no había problema. Hacía todo lo que tenía que hacer y se trasladaba a la hora a la que iba a levantarse. De esta manera, nunca llegaba tarde al trabajo.
No llegaba tarde, pero maldecía tener que viajar en el subte en hora pico. Hasta que se dio cuenta de que no hacía falta. El mismo subte en otros horarios estaba vacío, todo era cuestión de ir al andén, trasladarse en el tiempo, tomar el subte tranquilo y en el destino volver al día original.
Decidió que lo mejor era viajar el domingo a la mañana, cuando no hay nadie en el subte, así nadie se percataba de su aparición y desaparición. Fue al domingo anterior y viajó solo, aunque tuvo que esperar el tren un buen rato, porque por la misma razón que él estaba ahí, las frecuencias no eran muy altas. Pero tomó la precaución de anotar el horario en el que vino el tren.
Al día siguiente volvió al mismo día, esta vez pocos segundos antes de la partida. Se vio esperando el tren, y el que esperaba lo vio llegar. Pero no se saludaron, por las dudas de que se produjera alguna paradoja.
En los días que siguieron, Hugo continuó tomando el mismo tren del domingo. A medida que lo hacía, un Hugo más aparecía en el tren. Se fue distribuyendo por toda la formación, pero llegó un momento en el que no pudo conseguir asiento porque estaba lleno de Hugos sentados. Siguió viajando, sin embargo, en ese tren, porque el horario le resultaba conveniente para no generar ninguna sospecha. Además, lo había guardado en la memoria de la máquina y no tenía ganas de buscar uno nuevo. Entonces el tren se siguió llenando de Hugos hasta que no entraron más.
Un día, en realidad el mismo domingo, la presencia del Hugo actual no permitía que se cerrara la puerta. Los otros Hugos lo bajaron del tren ante las protestas del guarda. Entonces Hugo se vio forzado a encontrar otro horario. Eligió trasladarse al tren anterior. Y el primer día que lo hizo, esperó que llegara el siguiente con todos sus pares, y al verlos les hizo un gesto de burla, porque él había llegado primero.

Yo soy ellos

¿Dónde están los demás? Están allá, todos juntos. ¿Qué están haciendo? No se nota, tengo que ir y hacer lo mismo. Se están divirtiendo. Si ellos se divierten, yo también me voy a divertir con ellos. Seguro. Yo seré yo, pero también soy ellos. Y ellos son yo. Por eso voy a ir con ellos, a encontrarme conmigo, con lo que ellos quieren, que es lo que quiero yo y lo que queremos todos.
Qué bueno que todos seamos uno.

Patas calientes

El mar resplandecía. Me tiré boca abajo al sol y me quedé dormido. Antes me había puesto protector para poder dormir tranquilo y despertar de otro color.
Al terminar la siesta, descubrí dónde me había olvidado de colocarme protector. Las plantas de los pies me ardían como nunca. Yo creía que la piel gruesa de ese sector era suficiente barrera, nunca vi a nadie ponerse crema ahí. Sin embargo, me equivoqué.
Quise irme de la playa para buscar alguna crema correctora en la farmacia. Pero al pararme, el contacto de mis pies quemados con la arena caliente fue tan impactante que, casi sin darme cuenta, empecé a saltar por toda la playa para evitar tocar el suelo.
Sin quererlo, el movimiento de los pies me hizo correr por la playa. Corrí y corrí, sin poder elegir la dirección, porque cada paso era un reflejo. La gente se movía para evitar que la pisara. Algunos intentaron tacklearme y fueron burlados por la velocidad de mis movimientos instintivos. Quería tirarme al suelo para parar, pero sabía que si me arrojaba de cuerpo entero sobre la arena caliente iba a ser peor.
Entonces seguí la involuntaria carrera paralela al mar. Vi pasar los balnearios, las ciudades. No sabía dónde iba a terminar. Pensé que si llegaba a la Patagonia, tal vez ahí hiciera suficiente frío como para que el reflejo se desactivara. Pero era lejos.
A la tardecita llegó la solución. Se me había ocurrido, pero como venía corriendo por la playa sin poder elegir hacia dónde, no había podido llevarla a cabo. Sin embargo, los procesos naturales me ayudaron. La marea creció, y el mar cubrió la playa. Cuando las olas taparon mis pies, el frío del agua me produjo el alivio más grande.
Me quedé ahí un rato, descansando, mientras de mis pies sumergidos surgía una columna de vapor.

Pochoclo recursivo

Josecito compró un paquete de pochoclo Josecito, y se sorprendió al ver su imagen en la bolsa. La imagen representaba el momento en el que Josecito, después de comprar un paquete de pochoclo Josecito, se sorprendía al descubrirse en la bolsa y lo mostraba a la cámara. Ahí se podía ver la imagen de la bolsa del pochoclo que el Josecito que estaba en la bolsa había mostrado. Era la imagen de Josecito, sorprendido al encontrar su imagen en la bolsa de pochoclo. Dicha bolsa mostraba también a Josecito, y aunque la calidad de impresión no permitía distinguirlo bien, parecía sorprendido. Mostraba algo que podía llegar a ser una bolsa de pochoclo, pero a esa altura podía ser cualquier otra cosa.
Josecito, entonces, se despreocupó del asunto y se dedicó a comer pochoclo.

Manifiesto

Lo que quiero decir es esto. No esto otro, sino esto. Por eso digo esto y no otra cosa. Quiero ser claro. Cuando quiera decir otra cosa, diré otra cosa. Pero ahora lo único que me interesa es decir esto, por eso no necesito dar vueltas para decir esto de una vez por todas.
Ojo, no se confundan. A veces digo “esto”, pero en esas ocasiones no quiero decir esto, sino “esto”. Hay gente que no sabe diferenciar. Les da igual esto y otra cosa, o esto otro y aquello. O peor, les da igual lo de más allá y lo de más acá. Sin embargo, seguramente se ofenderían si en lugar de llamarlos por su nombre les dijera Fulano o Mengano.
Pero no me interesa todo ese asunto. Lo único que quiero es decir una sola cosa, algo concreto, sin controversias, fácil de decir. Y quiero otra cosa: que me entiendan. El problema es que yo me puedo expresar bien, pero no depende de mí que todos me entiendan. Muchos van a entender lo que quieren hacerme decir, y después van a operar como si yo hubiera dicho eso que ellos querían que yo dijera, en lugar de esto, que es lo único que quiero decir.
Entonces tengo que aclarar muy bien qué es lo que digo y qué es lo que no digo, y también qué es lo que quiero decir y lo que no quiero decir. Esta última disyuntiva se arregla simplemente: digo lo que quiero decir. Así es más fácil. Siempre va a haber gente que se confunda y trate de descifrar cuando no hay nada para descifrar. Pero es menos que la gente que lee algo y piensa que quiere decir exactamente eso. Es lógico, forma parte del sentido común. Todo sería más fácil si todos lo hiciéramos, pero no pasa, y mucha gente dice algo para que los que no interpretan piensen que quiere decir sólo algo, pero en realidad está diciendo mucho más.
No es mi caso. Yo lo único que quiero decir es esto.
Esto y nada más.

La comida va a la boca

El plato de arroz estaba colmado. La cuchara se acercó. Con el lado cóncavo hacia arriba, penetró entre los granos. Avanzó hacia la profundidad, soportando el peso creciente del bocado futuro. El movimiento se detuvo por un instante.
Con seguridad, arrancó el retroceso. La cuchara rehizo su trayecto, llevando consigo una cantidad de arroz. El mango de la cuchara aún tenía un leve contacto con el plato. Siempre se mantuvo bastante paralelo a la mesa. Ahora la distancia iba a cambiar.
La cuchara se alejó del plato. Subió el equivalente de muchas cucharas a una velocidad que pronto se detuvo abruptamente. Luego se inició el movimiento de ingreso. La altura se mantenía estable, la distancia con el plato se incrementaba.
A punto de llegar al destino final, la cuchara se inclinó. El lado que tenía el arroz quedó más abajo que el mango. Y como no había nadie que sostuviera la cuchara ni estuviera para recibir el bocado, el arroz fue a parar al suelo.

Doctor Peligro

Alfredo era un médico de 45 años. Su vida era rutinaria. Día tras día recibía a los pacientes, los revisaba, les recetaba lo que necesitaran y hacía pasar al siguiente. Desde la mañana a la tarde lo mismo. Encima, en su pueblo no había muchas enfermedades extrañas. Siempre le venían con trastornos similares, fácilmente curables. Por un lado era bueno, porque los pacientes vivían y podían seguir yendo, pero el doctor Alfredo extrañaba el vértigo.
Decidió que debía hacer algo para incorporar el peligro a su vida. Pensó en tirarse en paracaídas, pero cuando fue a averiguar vio que había una cola de una cuadra llena de médicos de 45 años, y pensó que era muy predecible. Además, sabía que eran pocas las chances de estrellarse. Quería algo más arriesgado.
Pensó en subirse a un tren de carga en movimiento y salir de aventura unos días por el país. Tuvo muchas ganas. Compró una lata de frijoles y se fue al descampado que estaba al lado de la estación a esperar la llegada de un tren. Pero no apareció ninguno. Por esa vía ya no circulaban trenes de carga, y los de pasajeros tenían gente colgando, era imposible saltar hacia ellos. Se le ocurrió ir a la ruta a subir a los camiones, pero lo descartó porque si bien quería peligro, no estaba loco.
Cuando volvía a su casa, se le ocurrió una idea más arriesgada. Siempre había querido asaltar un banco. No tenía necesidad, sin embargo pensaba que lo podía hacer. Era algo para contar a sus nietos. Cualquier cosa, podía devolver la plata. Él lo que quería era la aventura.
Planificó entonces el golpe. Decidió hacerlo en silencio. Preparó una nota, en un papel donde no se viera su nombre, para entregar al cajero. La nota decía “esto es un asalto, entrégueme el dinero y todos saldrán vivos”. Con esta redacción, Alfredo pensó que podría sostener que no amenazó a nadie, además no iba a estar armado.
Sólo iba a estar oculto. Tomó unas gasas y se cubrió la cara con ellas. Entró así al banco y esperó turno para la caja. Cuando lo atendieron, le pasó al cajero el papel. Pero el cajero no entendió la letra. Estuvo un rato tratando de descifrar la nota, incluso llamó a algunos compañeros. Nadie logró saber qué quería decir, y Alfredo no les decía.
Alfredo empezaba a ponerse nervioso. No pensaba estar tanto tiempo asaltando el banco. Para colmo, en un momento vio la puerta y vio entrar al farmacéutico. Ahí se asustó, y empezó a exigir que le devolvieran la nota. Los cajeros, que tenían otras cosas que hacer, se la dieron. Entonces Alfredo se fue, presuroso.
Desde entonces, vivió con el miedo de que lo descubrieran y lo fueran a detener por intentar asaltar el banco. El peligro en realidad no existía, porque nunca nadie se enteró de que lo había hecho. Pero ese miedo le proporcionó el vértigo que necesitaba. El doctor Alfredo pudo así satisfacer su sed de peligro.

Contra los mosquitos

Se oía un ruido como de lluvia. Adentro hacía calor, entonces decidí abrir la ventana para disfrutar el aire fresco de una tormenta de verano. Pero no estaba lloviendo. El ruido que sentía eran los mosquitos que intentaban entrar y se golpeaban contra los vidrios de la ventana.
Cuando la abrí, entraron todos juntos. Formaban una espesa nube móvil, que amenazaba con chuparme toda la sangre. Salí corriendo en la dirección opuesta, pero la nube me seguía. Los mosquitos volaban y yo sólo podía trasladarme a pie. Era cuestión de tiempo que me alcanzaran.
Tenía que hacer algo. Cerca de la pared, divisé un paquete de tabletas Fuyi. Pensé que activar el aparato no podía hacerme mal. Entonces lo enchufé y me dispuse a colocar una tableta en la superficie metálica. Pero el blister de Fuyi es muy difícil de abrir. Mientras los mosquitos se acercaban, yo intentaba sacar una tableta de su envase sellado. Fueron unos pocos segundos que viví en cámara lenta, con gran suspenso. Probé partir el papel en sentido perpendicular a las tabletas, y también paralelo. No funcionó. Recurrí a los dientes, que pueden cortar carne y otras sustancias, pero no lograron hacer un pequeño agujero en el blister. Como último método, intenté empujar a una de las tabletas para hacerla salir. Lentamente fue carcomiendo el sellado y al final se liberó. Fue como si la hubiera dado a luz.
La saqué y la puse sobre el aparato ya encendido. En un instante los mosquitos cambiaron de actitud. Varios miles cayeron muertos sobre el suelo gracias a la acción instantánea de la tableta Fuyi. Otros huyeron despavoridos, en busca de alguien menos preparado para su ataque.