Bajo la lluvia

I. El paseo de los paraguas
Los días nublados la gente saca a pasear a los paraguas. No es ése su objetivo, sino obtener protección para el caso de que llueva. Y cuando la lluvia se produce, todos están contentos de haberse preparado. Los que no se dieron cuenta de llevar paraguas envidian a los que portan uno, que caminan satisfechos por su previsión.
Aquellos que salen a la calle sin paraguas no buscan colocarse bajo la protección de alguno. Ponen excusas para no tenerlo. Dicen preferir mojarse, dejarse llevar por la naturaleza. O directamente proclaman la inutilidad del paraguas, señalando los pantalones mojados de quienes los portan tan orgullosamente. Estos argumentos a veces son compartidos por los paragüistas, que sin embargo no abandonan su techo portátil. Sienten que vale la pena no tener que secarse la cara a cada rato, encima sin saber con qué, porque cualquier ropa se moja con la lluvia.
El paraguas implica algunas molestias. Cuando está lloviendo, el cruce frontal de dos paraguas necesita una serie de protocolos. En general uno de los dos, preferentemente el más alto, levanta el suyo para indicar al otro que lo deje quieto o lo baje. Pero muchas veces ninguno se da cuenta y se chocan, acción que moja a ambos, y puede ocurrir que al menos uno de los dos sufra un pinchazo.
Sin embargo, estos problemas son menores comparados con la solución que un paraguas ofrece para la lluvia. Aunque es necesario un nivel de intensidad mínimo para que valga la pena exponerse a todas esas molestias. Muchas veces hay lloviznas en las que es preferible mojarse a activar toda la parafernalia. Ese nivel mínimo varía según las preferencias de cada uno. Los que nunca llevan paraguas puede interpretarse que tienen su tolerancia al agua tan elevada que jamás llueve lo suficiente como para que juzguen útil tenerlo a mano. Esto no significa que esas personas prefieran mojarse siempre, sino que son tan raras las ocasiones en las que se mojan tanto como para desear un paraguas, que no amortizan los distintos costos que uno implica.
El mayor problema se genera los días que no llueve, pero parece que va a llover. En estos días mucha gente sale armada de paraguas para prepararse, y terminan acarreándolos hasta el regreso. Los modelos más chicos, que entran en una cartera o mochila, no tienen ese inconveniente. Incluso se pueden dejar en dicha cartera o mochila para tenerlos a mano los días de lluvia. Esto permite no tener que decidir cada mañana si vale la pena llevarlo o no. El día que llueve, se saca y se usa. Son ésos los momentos de peligro: el paraguas se debe secar antes de volver al bolso, y cuando fue usado hay que acordarse de volver a guardarlo, porque si no pueden pasar meses hasta la siguiente necesidad, y se puede asumir que uno está cubierto cuando no es así.
Pero no son muchos los que se dan cuenta de tener un paraguas chico. La mayoría lleva uno grande en la mano. Algunos son tan largos que están en contacto con el suelo, como si fueran bastones innecesarios. Es posible apoyarse en ellos y llevarlos con gran dignidad, como lo hacía Chaplin. Para algunos, esta ventaja compensa los problemas del tamaño. La mayoría, sin embargo, no tiene interés por la pantomima y usa paraguas medianos, imposibles de apoyar ni arrastrar, que producen una profunda irritación siempre que no está lloviendo.
Algunas personas caminan con la ilusión de que se largue a llover, así pueden usar el paraguas y dejar de pasearlo inútilmente. Vigilan el cielo para buscar algún indicio de inminencia. Una mayor oscuridad muchas veces genera expectativa. Un aumento del viento también. A veces sienten que les caen gotas y se alegran, para luego darse cuenta de que se trata de los equipos de aire acondicionado.
Acarrear un paraguas es especialmente molesto cuando la lluvia paró pero es necesario seguir andando, y el paraguas está mojado. El mismo dispositivo que permitió escaparle al agua pasa a mojar con la misma agua, generando un efecto de desplazamiento de la lluvia en el tiempo: gracias a esos paraguas, una lluvia extinta puede seguir mojando. Incluso, si el paraguas es chico, puede mojar mucho tiempo más tarde, la siguiente vez que se lo saca del bolso.
El resultado de todas las molestias de los paraguas es que mucha gente se los olvida en cualquier lado. En general sólo se dan cuenta durante la siguiente lluvia, y para entonces ya no recuerdan dónde pueden haberlos dejado. Esto genera dos efectos: 1) la necesidad de comprar otro y 2) la existencia de muchos paraguas sin dueño, disponibles para cualquiera que los agarre. Pero son pocos los que agarran paraguas ajenos.
El primer efecto es notorio los días de lluvia, especialmente cuando se larga en forma inesperada. En todos los rincones de la ciudad, los negocios sacan los paraguas del depósito y los ponen en exhibición, porque saben que ése es el momento de venderlos. Casi nadie compra paraguas sin la necesidad inmediata, precisamente por las molestias expuestas anteriormente.
Quedan, entonces, los paraguas de dominio público. En algunos lugares tienen fondos comunes de paraguas, de los que el que necesita puede sacar uno. Pero no son publicitados como tales. En general funcionan en los sectores de “lost and found”, y si alguien pide un paraguas es dirigido hacia ahí. Sólo unos pocos se dan cuenta y aprovechan para hacerse de un paraguas temporal, que pueden depositar en otro lado cuando ya no llueva, simulando olvidarlo. A veces, incluso, se producen emotivos reencuentros con paraguas propios.
II. Suelta de paraguas
La Municipalidad decidió popularizar el sistema que funcionaba de hecho. Para lograrlo, era necesario que el Estado lo tomara como propio. Así podían publicitarlo. Se establecieron puestos estatales de recolección y distribución de paraguas, verdaderas paraguatecas que permitían a cualquiera llevarse uno cuando se largaba a llover, y dejarlo cuando el tiempo mejoraba. A nadie le interesaba robar paraguas y conservarlos cuando no llovía, sobre todo cuando el sistema de distribución gratuita reducía la demanda de paraguas para la venta, entonces aprendieron rápido a no saquear los puestos. El sistema funcionaba aprovechando justamente las molestias de los paraguas.
Los comerciantes que vendían paraguas los días de lluvia hicieron oír sus quejas ante la súbita competencia del sistema gratuito. Afirmaron que el sistema estatal no era confiable, que cualquiera podía descartar paraguas rotos, que no había manera de saber la calidad del paraguas que se obtenía, ni había forma de asegurarse de que fueran a funcionar. Sin embargo, nadie les hizo caso, por dos razones. La primera era que todas esas objeciones eran ciertas también cuando se compraba un paraguas, a menos que fuera en alguna casa especializada y reputada. Y la gente que compraba sus paraguas en esos lugares no iba a usar el sistema comunitario.
La segunda razón fue que en poco tiempo el sistema estatal cayó en desuso. Había un inconveniente fundamental para hacerlo práctico: para obtener un paraguas, era necesario ir hasta el puesto más cercano. Y si se largaba a llover cuando uno estaba a pocos metros no era problema, pero nadie iba a caminar varias cuadras bajo la lluvia sólo para poder protegerse de la misma lluvia. Era más fácil tomarse algún medio de transporte, o esperar un rato bajo techo hasta que parara. Entonces las paraguatecas se convirtieron en meros depósitos de elementos molestos, con muchas más entradas que salidas.
En teoría era posible abrir más puestos, sobre todo con la cantidad de existencias en alza. Pero se juzgó que no era práctico, porque para que la gente estuviera dispuesta a ir, iba a ser necesario colocar uno en cada esquina o poco menos. Entonces se buscó una alternativa más viable.
Se necesitaba algún medio móvil de distribución de paraguas. Tal vez, se pensó, una flota de combis podía recorrer la ciudad sólo los días de lluvia. La idea era que el que quisiera un paraguas parara la combi y recibiera uno. Pero ya el tránsito en esos días era bastante dificultoso como para agregar más vehículos de detención frecuente. Se juzgó también que mucha gente iba a querer subirse a la combi en lugar de recibir un paraguas.
Entonces se pensó que tal vez no era necesario un sistema de distribución tan específico. Si se podía encontrar una forma de hacer circular los paraguas, como si en las veredas hubiera un paraducto, el sistema podría funcionar. No se podía hacer un gran caño, porque requería algún fluido para que los paraguas circularan, y aparte era una obra grande de infraestructura, para la que se necesitaban fondos que era mejor aplicar a otros proyectos.
Sin embargo, la solución básica de circular los paraguas tenía mérito. Alguien llegó a la conclusión de que los días de lluvia solía haber viento. Tal vez se podría hacer que los paraguas fueran distribuidos por el aire, y que el que quisiera uno no tuviera más que saltar y capturarlo. Después se podían depositar en buzones habilitados a tal efecto.
El proyecto tomó forma. La idea era instalar varios grandes ventiladores, y encima de ellos los paraguas de dominio público, abiertos y apoyados sobre la malla. En caso de lluvia, las turbinas se encenderían automáticamente. El aire así movido elevaría los paraguas, que luego se integrarían a las distintas corrientes naturales.
El inicio de las obras se demoró porque hacía falta un plan estratégico de ubicación de los ventiladores. Si no se elegía bien los lugares, el viento iba a favorecer a determinadas zonas en detrimento de otras. Un equipo de ingenieros y meteorólogos tardó unos meses en ponerse de acuerdo y armar la grilla definitiva.
Durante ese tiempo, surgieron numerosas protestas de distintos sectores. Se advirtió sobre el peligro de tener los paraguas volando por toda la ciudad. Existía el riesgo de que mucha gente se clavara las puntas en los ojos, o que la fuerza de un paraguas produjera graves heridas en la parte del cuerpo con la que hiciera contacto.
Se protestó también que sólo los más ágiles conseguirían un paraguas, dejando desprotegida a una parte de la sociedad. Esto era injusto, sostenía la objeción, porque los más ágiles eran los que estaban en mejores condiciones de lidiar con las consecuencias de mojarse. También se notó que los ciegos y sordos iban a tener problemas para detectar la proximidad de un paraguas volador, y por eso estarían más expuestos a los previsibles accidentes. Según los que se oponían al proyecto, la frase “alerta meteorológico” cambiaría el sentido si implicaba la inminencia del vuelo de los paraguas.
Al final, no fue ninguna de esas razones la que impidió que la distribución aérea de paraguas se concretara. La Municipalidad sostenía que las ventajas compensaban los problemas. El proyecto sólo fue detenido cuando se notó la incompatibilidad con una obra nacional de mayor envergadura. Sin embargo, las turbinas que ya habían sido construidas no se desperdiciaron. Pasaron a formar parte del sistema de ventilación del proyecto “Un techo para mi país”.

Aniversaurio

En el día de la fecha se cumple un nuevo aniversario de la extinción de los dinosaurios. Pero no es un aniversario más. Este año es muy especial, porque se cumplen exactamente 65 millones de años de aquel evento que cambió el mundo.
En realidad, debe tenerse en cuenta que algunos dinosaurios sobrevivieron un poco más. Lo que ocurrió el 25 de abril de 64.997.989 antes de Cristo fue la caída del meteorito en lo que después se conocería como el Yucatán. El impacto causó muchas muertes directas, sin provocar la extinción inmediatamente. Pero como el cielo oscurecido por las partículas fue un factor decisivo en el desarrollo de los hechos en los siguientes meses, se toma el momento del impacto como el decisivo.
Este año habrá muchas celebraciones de los dinosaurios y de su extinción. Nosotros, los beneficiarios directos de su ausencia, debemos rendir honor a aquel final y tenerlo en cuenta para que no nos pase.
Las celebraciones ocurren todos los 25 de abril, pero no es frecuente que se cumpla un número redondo de años. La última vez, en el 997889 antes de Cristo, nuestra especie no tenía la capacidad de reconocer los números redondos. Y el próximo aniversario grande, cuando se cumplan 70 millones, puede llegar a ocurrir demasiado tarde.
Por eso es muy importante este aniversario. Es verdaderamente un evento excepcional, que ocurre menos de una vez en la vida. Nuestra generación tiene el privilegio de estar viva justo en este momento, y los festejos son también de ese hecho fortuito que nos favorece.
Así que debemos aprovechar para participar ahora. El año que viene, cuando se cumplan 65.000.001 años, no va a ser lo mismo.

Tropiécese bien

La escalinata del shopping Abasto es tentadora. Los numerosos escalones de escasa altura llevan naturalmente a correr en ellos. Pero es peligroso. Como esa altura no es la que las personas están acostumbradas a transitar, es fácil errar el cálculo y tropezarse.
Ahora, lo importante no es no tropezarse, sino no caerse. Irse al suelo en una escalera es poco recomendable, sobre todo en ésa, donde existe el peligro de voltear a alguna persona y provocar un efecto dominó que termine con un atropellado por alguno de los numerosos taxis que circulan por Agüero o Azcuénaga. Por eso es importante saber cuál es la técnica adecuada.
Si usted se tropieza al correr en esa escalera, no intente detener su paso. Si lo hace, sólo conseguirá desestabilizarse y aumentará las probabilidades de caer. Lo que debe hacer, a pesar de que va contra el instinto, es acelerar. Sí, seguir corriendo, ir más rápido, siempre cuidando donde se coloca el pie en cada paso. Verá que si hace eso el tropiezo pronto será superado y quedará en el olvido.
Ahora, usted puede estar preguntándose qué debe hacer con la velocidad que ganó. En principio, tenga cuidado. No se lleve por delante a nadie. Ése es el objetivo más urgente. Lo bueno es que la gente, al verlo correr como un desaforado, seguramente saldrá de su paso, entonces no tiene que preocuparse mucho. Pero igual fíjese, sin olvidar ver dónde coloca los pies. Si no se siente capacitado para mirar alternativamente hacia abajo y adelante, entonces correr en las escaleras no es para usted.
Una vez que llega a la vereda, es momento de desacelerar. Hay suficiente espacio. No utilice el impulso para cruzar corriendo la calle. Esa actividad está reservada a los autos que circulan por ella. Si usted aparece corriendo fuera de los cálculos ninguno de los dos tendrá tiempo para frenar. Y ahí usted lleva las de perder.

Estar en tu cabeza

Siempre quise meterme en tu cabeza, saber qué pasaba adentro de tu cerebro, ver tus pensamientos, y así comprenderte. Suponía que debía haber una manera de entender tu forma de ser, las cosas que hacés, las contradicciones, los repentinos cambios de humor.
Por eso esperé a que te durmieras, y lentamente me fui metiendo en tu nariz. Así llegaba al cerebro por la vía más rápida, como la cocaína. Me metí por la fosa derecha, que era la que estaba menos llena de mocos. Por ahí respirabas, entonces me ayudaste a entrar.
En el camino, vi a través de tus ojos. Encontré que el mundo es más o menos el mismo que como lo veo yo. El problema no estaba en tu vista. Estaba en tu cerebro. Recorrí entonces el nervio óptico, que me llevó directamente hacia la corteza.
Era una superficie esponjosa. Sentí que estar parado sobre la corteza no servía para nada, tenía que penetrarla para llegar a los confines. Ya estaba ahí, era el momento de hacerlo. Entonces, muy despacio, fui presionando sobre la pared del lóbulo para pasar a formar parte de tu cabeza.
Al lograrlo, me encontré con que no había un piso. Entonces caí, rodando despacio por los pliegues de tu cerebro. Para ese momento ya te habías despertado y estabas en plena actividad, entonces entre las volteretas que iba dando, cada tanto recibía algún impulso eléctrico que me empujaba en otra dirección.
Empezaba a marearme. La odisea no parecía que fuera a terminar. Además de la caída por enormes toboganes que experimentaba, te habías empezado a mover. No sé qué estabas haciendo, pero el cerebro que me rodeaba parecía que se estaba sacudiendo sin control.
Sabía que tenía que hacer algo. El mareo era cada vez mayor. Tenía que controlarme para no contaminar tus pensamientos. No quería que la respuesta a “¿qué tenés en la cabeza?” fuera “vómito”. Y encima mío. Así que me agarré del primer nervio que tuve oportunidad.
En ese momento todos los movimientos se detuvieron. El mío y también el tuyo. Aparentemente mi intervención había sido exitosa. Había logrado tocar un nervio. Desde la calma pude planear una estrategia de salida. No podía reconstruir la trayectoria, porque no sabía dónde estaba, pero sí sabía diferenciar arriba de abajo. Así pude ubicarme un poco.
También me ayudó que empezaste a caminar con lentitud. Así diferencié adelante de atrás, y más o menos pude recorrer el cerebro con cierto control. Pasé de nervio en nervio, como Tarzán en las lianas, con cuidado de no volver a caerme.
Logré llegar a las cercanías de la nariz. La reconocí porque se colaba un rayo de luz por la fosa por la que había entrado. Me pareció más prudente salir por la otra, había más mucosidad de la que agarrarme.
Resultó una buena decisión, porque justo sentiste una molestia (capaz que era yo) y te vinieron ganas de estornudar. Estoy contento de haber estado ahí y no en el cerebro cuando lo hiciste. El estornudo me expulsó hacia el exterior junto a los mocos, que me sirvieron de acolchado cuando caí.

En salud y enfermedad

Amor mío, prometo amarte en las buenas y en las malas. Prometo acompañarte en épocas felices y en épocas difíciles. Prometo estar a tu lado cuando necesites a alguien, del mismo modo que vos vas a estar conmigo cuando me sienta solo. Seremos ricos o pobres juntos, sabiendo que lo único que necesitamos es tener cada uno al otro.
También estaré con vos cuando estés sana y cuando estés enferma. Me comprometo a hacer todo lo que pueda para que te cures de cualquier enfermedad que contraigas. Salvo, amor mío, en un caso. Tenelo en cuenta para el futuro. Hay una sola cosa que sé que no estoy en condiciones de hacer, y es menester que te lo diga en este momento.
Estoy dispuesto a acompañarte mientras atravesás (y por lo tanto atravesamos) cualquier tipo de calamidad. Pero si se te llega a meter algo en el ojo, mi amor, no te lo voy a sacar. Me da mucha impresión manipular el globo ocular de cualquier persona, por más amor que sienta por ella. Te vas a tener que buscar otra persona para hacer eso, mientras yo me revuelco en las cercanías (porque nunca me alejaré de vos) y hago esfuerzos para no ver.
Si querés, amor mío, podés hacer lo mismo. Puedo vivir sabiendo que no me vas a sacar nada de los ojos. Espero que vos puedas también.

Limpieza de Cámara

Queda establecido que, al término de la presente sesión, los honorables senadores permanecerán en el recinto con el fin de limpiar sus pupitres. La mugre imperante ha superado los límites de lo tolerable. La acción del día de la fecha es consecuencia directa de la costumbre que tienen los senadores de escribir sobre la madera.
Aparentemente, los honorables senadores son demasiado delicados como para levantarse a buscar una hoja de papel cuando tienen que anotar algo o están aburridos durante una sesión. Entonces escriben directamente en el pupitre. Lo hacen con birome o lapicera fuente. Hay desfachatados que usan marcador indeleble. Algunos van más allá y tallan la madera, para que su marca perdure aún más.
Se les recuerda que, si la sesión los aburre, nadie los obliga a permanecer en sus bancas, a menos que su ausencia implique la pérdida del quórum. El Congreso Nacional provee cantidad suficiente de papel para tomar toda clase de notas. Puede ser solicitado en todo momento al personal de Secretaría, que tiene acceso directo al aparador donde se guarda el material de librería. Este papel puede ser utilizado también para los infantiles u obscenos dibujos que el personal de limpieza ha encontrado en los pupitres después de la última sesión.
Constituye una injusticia que ese personal de limpieza deba dedicar tiempo extra a remover lo que los honorables senadores deliberadamente marcan en la sacra madera legislativa. Es la esperanza de esta institución que los senadores aprecien el esfuerzo necesario para devolver los muebles a su estado inicial, y aprendan a no dañarlos intencionalmente.
Cabe notar que no todos los senadores tienen la costumbre de escribir en sus pupitres. Pero no se puede determinar fehacientemente quiénes son los que realizan esa actividad y quiénes no. Por eso el castigo se aplica al pleno de la Cámara, para que este cuerpo legislativo se maneje, de una vez y para siempre, con la limpieza que espera la ciudadanía toda.

Irreconocible

Soy muy malo para reconocer a la gente. En general lo logro hacer cuando el encuentro se produce en cierto contexto. Se generan algunas pistas que me permiten razonar quién puede ser la persona que me saluda. Hay ocasiones, sin embargo, en las que me encuentro gente fuera del contexto original. En general salgo del paso de alguna forma, pero rara vez me doy cuenta de quién se trata.
La clave es ese contexto. Cuando me miro al espejo, por ejemplo, noto que la persona que me mira soy yo. Sin embargo, la vez que me encontré por la calle, no me di pelota. Me soné conocido, sí, y pude ver que yo le sonaba conocido a quien en ese momento pensaba que era otra persona. Los dos nos mirábamos, tratando de que el otro no se diera cuenta y al mismo tiempo tratando de que nos viniera a la mente de quién se trataba.
Finalmente ambos decidimos ignorarnos y seguimos nuestro camino. Después de varias horas caí en la cuenta de que la persona que había visto no era otro que yo mismo. Y como él era yo mismo, tampoco me reconoció a mí.
Fue una lástima. Seguramente hubiera podido tener una conversación muy interesante con mí mismo. Otra vez será.

Lavado de caños

Se informa a la población que, para mejorar la salud de todos, el próximo lunes se realizará el lavado de los caños públicos de agua. Se utilizará el procedimiento de lavado central, por lo tanto no es necesario hacer nada.
Durante las doce horas que dura el operativo, se pide no abrir las canillas. Hacerlo puede demorar la finalización de la limpieza, y puede causar problemas a las cañerías internas.
Es imperativo no beber agua de red durante el período indicado. El jabón que se enviará desde la central aflojará las décadas de sarro y otras sustancias sólidas que se acumulan en los caños. En caso de ingerirlas, se aconseja consultar con urgencia al médico.
Durante las primeras horas correrá un jabón especial por los caños de la ciudad. En la segunda etapa se restablecerá el agua corriente. La espuma que se formará limpiará los caños y eliminará la suciedad. Después de terminado, la capacidad de los caños volverá a su nivel inicial, lo que ampliará la presión disponible.
En las próximas semanas se hará entrega del mismo jabón especial para que cada vecino colabore con la limpieza de las cloacas.
Luego del procedimiento, si al abrir la canilla sale espuma, se aconseja dejar correrla hasta que vuelva a salir agua. Una vez que la vuelva a notar transparente, bébala tranquilo. Será el agua de la canilla más pura que haya tomado.

Deuda pendiente

Flora iba habitualmente a ver a una bruja que hacía regresiones a vidas pasadas. Al revisar las experiencias de aquellas vidas, Flora podía entender los desafíos de la vida actual, en la que era Flora. El trabajo requería varias sesiones porque ella había tenido unas cuantas vidas anteriores que la condicionaban.
Las sesiones involucraban concentración, incienso, encendido de velas, oraciones, obediencia de instrucciones, sahumerios, relajación y armonía con el Universo, no necesariamente en ese orden. Una vez lograda la concentración, la bruja guiaba a Flora hacia sus vidas pasadas. En realidad, era el ser superior de Flora el que guiaba a la bruja, que a su vez guiaba a Flora. Se trataba de un procedimiento algo complejo.
En ese viaje astral, Flora vio su propia muerte. Su propia muerte en una vida pasada. Flora era un campesino vienés que se ahogó en el Danubio. Pudo ver cómo el campesino, o sea ella misma, sufría y pedía ayuda sin que nadie se acercara. Era una experiencia vívida, tanto que la bruja podía ver el sufrimiento en la cara de Flora, cuyo cuerpo se mantenía en el consultorio durante la experiencia. La bruja la guiaba, le decía qué tenía que hacer para liberarse de los condicionamientos provocados por una muerte tan angustiante.
Pero en un momento Flora dejó de hacerle caso a la bruja, y decidió ayudar al campesino. No podía dejar que una persona muriera así nomás, y menos si esa persona era ella misma. Ignorando las advertencias de la bruja, Flora corrió hacia el río, se acercó al campesino y lo arrastró hasta la orilla. El campesino quiso agradecerle por salvarle la vida, pero no encontró a nadie cerca.
La bruja tampoco encontró a nadie. Al salvarse la vida anterior, impidió que su alma estuviera en condiciones de reencarnar en ella. Evitó así su propia existencia y desapareció del consultorio en el acto.
En ese momento, la bruja decidió empezar a cobrar por adelantado.

No me hacen nada

Se ve que soy demasiado intrascendente. No constituyo un peligro del que valga la pena ocuparse. Me hacen sentir pequeño, insignificante. No se me presta atención y me dejan en libertad.
Para el sistema, aparentemente, no existo. No se gasta en oprimirme. Me deja ser, porque no se ve amenazado por mí. ¿Por qué? ¿Qué hice? ¿Qué no hice? Parece que no tengo ideas peligrosas, ni interfiero con nada que les importe a los que tienen el poder, ni siquiera los ofendí de alguna manera.
El establishment parece que tiene mejores cosas que hacer que ocuparse de impedir mi desarrollo. La indiferencia es el peor de los desprecios. Por lo menos, si estuvieran en mi contra, podría sentir que lo que hago es relevante para alguien.
Pero no hay una campaña en mi contra, ni me siguen por la calle, ni me pinchan el teléfono, ni hay una red de espionaje dedicada a estudiar mis movimientos. No. Simplemente me dejan ser, sin interferir en mis días. Me permiten tener una vida exitosa y plena, me dejan ser feliz y no les importa. Eso me hace sentir mal.
Pero, ahora que lo pienso, tal vez no es como creo. Es posible que conozcan mi característica perspicacia y tomen precauciones extremas para que no me dé cuenta de que me tienen vigilado. Sí, tiene sentido. No es que yo no sea una amenaza para el sistema, es que me manejan con sutileza, sin que me dé cuenta. Y mi vida exitosa es su manera de distraerme. No tienen vergüenza.
No sé cómo no lo pensé antes. Ahora todo tiene sentido, no podía ser que el sistema no me oprimiera. Por suerte, ahora que deduje lo que pasa estoy más tranquilo.
Por fin me siento incluido.