Mis impulsos genocidas

Hay veces que me dan ganas de matarlos a todos. Pero debo controlarme. No quedaría bien. ¿Qué pensarían los sobrevivientes? Seguramente me resentirían durante años. Y no es práctico hacerse tantos enemigos.
Aparte, muchas veces me dan ganas de matarlos a todos, pero después se me pasa. Si lo llevara a cabo seguro me arrepentiría y tendría que vivir con la carga de lo que hice.
Es bastante difícil matarlos a todos. Mucho quilombo. La verdad, no tengo ganas de dedicar tiempo a todos los planes que requeriría una acción de semejante envergadura. Aparte es difícil lograr que no se filtre nada, porque necesitaría una cantidad de cómplices que pueden abrir la boca. Ellos deberían ser los primeros en ser matados, pero hacerlo de esa manera complicaría las cosas.
Es así. Tengo que controlar mis impulsos genocidas. No diría que nada bueno puede venir de ellos, pero está claro que tiene ventajas y desventajas. Por el momento lo voy a evitar.

Ojos que se van

Corrí hacia el balcón. Levanté velocidad hasta que llegué a la baranda. Justo antes de chocarme contra ella me detuve. Sin embargo, no lo logré por completo. La inercia me empujó hacia adelante y casi me caigo.
Me aferré a la baranda y logré mantenerme. Pero la velocidad que traía se trasladó a mis ojos, que sin que pudiera evitarlo se me salieron y siguieron el impulso que llevaba. Avanzaron hacia adelante unos centímetros y luego cayeron al vacío.
De este modo, vi cómo se acercaba el suelo a una velocidad cada vez mayor. Me desesperé hasta que me dí cuenta de que no me estaba cayendo, eran sólo mis ojos. Quise cerrarlos pero los párpados sólo cubrían huecos.
Ambos ojos cayeron al mismo tiempo al suelo. Rebotaron dos o tres veces. Entonces me dirigí hacia ahí para recuperarlos. Tenía miedo de que alguien se los robara, pero en cualquier caso iba a saber para qué lado se los llevaban.
Sin embargo, nadie se los robó. Cuando llegué estaban ahí. Los tomé con las manos y me los coloqué con cuidado. No conseguí ubicarlos bien de entrada. En el primer intento pude ver mi cerebro, y así supe que había puesto el ojo al revés. Después me aseguré de mirar hacia adelante cuando me los colocaba, y no tuve problemas.
Después de recuperar los ojos, me dí cuenta de que podía haberme quedado con uno suelto, para poder tener otra perspectiva. Tal vez hubiera sido práctico en algunas circunstancias. Pero ya lo había ubicado en el cráneo y me pareció que era riesgoso volverlo a sacar.
Ahora, cada vez que freno bruscamente al correr cierro los párpados.

Objeto sin nombre

Cuando corrió el rumor de que todavía existía un objeto sin nombre, todos los académicos del mundo corrieron a proponer uno. La estampida fue tan grande que algunos académicos mayores se cayeron y fueron pisados por los que venían atrás.
Rápidamente se formaron diferentes escuelas y los académicos, a medida que llegaban, se iban encolumnando en la posición que más les agradaba. Se destacaban los etimológicos, los creativos y los recicladores.
El objeto en cuestión era el pequeño anillo de plástico con tres patas que suele ser colocado en el medio de las pizzas antes de cerrar la caja que las contiene y sirve para evitar que la tapa de la caja entre en contacto con el queso. Extrañamente, habían pasado varias generaciones sin que ese objeto fuera debidamente nombrado. La explicación más aceptada para este curioso hecho era que cada académico asumió que tenía un nombre que no conocía, aunque son varios los que afirman que esos mismos académicos hubieran investigado el asunto pero tenían hambre.
En la asamblea de la Real Academia comenzó una ardua discusión en la que varias veces hubo que separar a académicos iracundos que querían resolver sus disputas a los golpes. Uno de ellos recibió un puñetazo en la nariz que lo hizo sangrar y como consecuencia se manchó la túnica negra.
El grupo de los recicladores, que solía estar en contra de los neologismos por considerar que ya había demasiadas palabras en circulación, propuso dar al objeto el nombre “tenedor”, como una nueva acepción de la palabra. Basaban su propuesta en las tres patas que pinchan comestibles.
Los creativos, que habitualmente se fastidiaban ante las propuestas de los recicladores, se fastidiaron. Entre gruñidos propusieron varios nombres que les resultaban atractivos, como “plique”, “catenillo”, “teloqui”, “plastín” o “secladio”. Existían divisiones en el grupo en cuanto a las preferencias, pero todos pensaban a votar a la que pareciera con más chances de ganar.
Los etimológicos, por su parte, favorecían el nombre “pizzacato” aunque, como era habitual, nadie los tomaba en serio. Se resignaron a ser una suerte de árbitros en la contienda entre los grupos mayoritarios. Algunos intentaron colarse entre los creativos y proponer su palabra a través de ellos.
Las discusiones duraron varias semanas sin que los académicos se pusieran de acuerdo. Los editores del DRAE estaban ansiosos por poder agregar la palabra a la nueva edición del diccionario, que tuvieron que atrasar.
Al arrancar el tercer mes sin adelanto (sólo se había eliminado “secladio”, por considerarse poco apropiado para el elemento a nombrar), dos miembros de la Asamblea Permanente de la RAE bajaron hasta las catacumbas del edificio de la Academia. Descendieron varios metros por una antigua escalera caracol de piedra hasta que llegaron a la morada del Académico Mayor, que se encontraba en sueño inducido artificialmente, con la idea de ser despertado sólo cuando fuera necesario.
Luego de algunas horas de esfuerzo lograron despertarlo y le explicaron la situación. El Académico Mayor pidió ver el objeto y también pidió algo de comer, así que le llevaron una pizza para que se inspirara mientras comía.
El Académico Mayor, luego de comer tres porciones de muzzarella, contempló el adminículo durante unos segundos, mientras acariciaba su larga barba blanca. Los miembros que lo habían ido a buscar lo admiraban en silencio.
De repente, el Académico Mayor levantó el objeto, vio sus tres patas y realizó un gesto de satisfacción. Pidió a los miembros que se le acercaran y dijo “esto es un trípode”.
Los miembros no osaron discutir con el Académico Mayor y se retiraron para permitirle seguir durmiendo. Le dejaron el resto de la pizza por si le daba hambre, y se dirigieron al salón de sesiones a terminar de una vez con la discusión.
Cuando anunciaron la decisión final del nombre y de quién venía, hubo en el recinto un suspiro de alivio y también una mueca de decepción general. Sólo los recicladores estaban contentos porque, por lo menos, se había usado una palabra que ya existía. Los demás se guardaron su frustración. Algunos intentaron objetar, pero no existía consenso para discutir al Académico Mayor.
Es por eso que aquel objeto hoy se llama “trípode”, y también es por eso que son pocos los que conocen ese nombre.

Otra vida

Cada niño nace casi como feto. Juan, cuyo hijo está allí, sabe esto. Sexo: nene. Juan está como loco. Mira esos ojos. Mira cómo abre bien cada mano este pibe. ¡Está vivo! Esta hora será rara, como toda gran hora. Juan goza. Baja baba como agua.
Buen plan, gran idea tuvo Mara, supo Juan. “Esto anda”, dijo. “Este amor está bien”. Allí está Mamá Mara. Juan mira cómo Blas toma teta. Ella hace algo para usar cada mama. Juan hace clic. Saca foto tras foto. Todo esto será film.
“Juan, poné allá este moño azul”, dice Mara. Juan hace caso.
Cayó Mimí. Ella está algo mala, ayer hubo vino. Pero todo bien. Este olor dice algo: Blas hizo caca. “Dale Juan, hacé como dije”, pide Mimí. Será raro usar tela, pero todo está caro.
¿Será gran tipo Blas? Juan, dice, será buen papá. Blas hará gran obra, cree Juan. Hará todo bien. Todo será goce.
Todo está bien. Blas está sano. Mara yace. Juan reza. Dios dará.

Otra vez lo mismo

Lo mismo llevaba la trama del texto, hasta que apareció este último. Este último (es decir, este último) la recogió y se puso a trasladarla. Estaba muy confiado en su capacidad hasta que se topó con uno de ellos, que tenía ansias por llevarla. Entonces este último se la dio. Uno de ellos, muy contento, se dispuso a hacer la misma tarea. Pero no se había dado cuenta de que la cuestión lo seguía muy de cerca. Desde otro sector, también lo seguía el susodicho. Ambos llegaron a las cercanías de uno de ellos al mismo tiempo, y el mismo no sabía qué hacer. El mismo estaba viendo la escena, y quería posicionarse para ser el relevo de quien tomara la posta. Así que el susodicho y la cuestión se disputaban la trama. No habían solucionado la disputa cuando apareció aquél, la agarró y salió corriendo. Tras aquél fueron los tres, y a cierta distancia iba el mismo, que no se quería involucrar tan directamente. Pero aquél tuvo mala suerte: se chocó contra esto, quien le arrebató la trama y se la lanzó a lo otro. Ante el lanzamiento, los perseguidores quedaron fuera de carrera, porque lo otro estaba bastante lejos y se alejó aún más con gran velocidad. Sí lo pudo alcanzar la fecha, que andaba cerca. Lo otro le hizo entrega de la preciada posesión, y la fecha se la pasó a lo importante, que era, a su juicio, el indicado. Pero el indicado no estuvo de acuerdo, y se presentó ante lo importante para reclamar la trama. Como no se pusieron de acuerdo, acudieron a lo justo, que se decidió por sí mismo. Sí mismo hacía tiempo lo venía reclamando ante cada oportunidad. Y como cada oportunidad tenía muy buenas relaciones con lo justo, la decisión fue rápida. Por ese motivo fue sí mismo el que llevó la trama y se la entregó en tiempo y forma al fin.

Pica la lengua

“En boca cerrada no entran moscas”, decía mi tía Matilde cuando tenía ganas de que me callara. No obstante, es un consejo válido. En efecto, cuando la boca está cerrada no puede entrar ninguna mosca.
Pero no siempre tengo en cuenta aquella frase. A veces me la olvido, sobre todo porque en general no es mi máxima prioridad evitar que entren moscas a mi boca. No suele haber mucho peligro de que ocurra. Pero ese día lamenté no haber estado atento.
No entró una mosca, pero sí un mosquito. Lo cual fue peor, porque revoloteó tranquilamente en la cavidad bucal. Una mosca es más grande, me hubiera dado cuenta más fácil y habría podido toserla o algo. Pero el mosquito, con bastante disimulo, pasó un rato largo dentro de mi boca y se alimentó de ella.
Me picó todo lo que pudo, hasta que la lengua me empezó a picar. En ese momento abrí la boca, y vi salir al mosquito con aires de satisfacción. Así como en boca cerrada no entran moscas, es también cierto que de boca cerrada no sale ningún insecto que pueda estar adentro. Así que ahora no sé si tenerla abierta o cerrada. Tal vez me convenga conseguir algún Tic Tac sabor repelente.
Ahora debía resolver el tema de la lengua. No podía rascármela con las uñas, quedaba bastante feo, inelegante. Pero tampoco podía esperar que la picazón pasara sola. Así que fui a la verdulería, compré frutillas y me calmé la lengua con su textura rugosa.

Camino de expectativa

 
La mejor manera de viajar a Brasil es en avión. Las vacaciones son para divertirse, no para pasar varios días manejando en rutas desconocidas. Además, viajar en avión permite una interacción social, algunas horas de oportunidad para conocer gente y entablar relaciones de todo tipo.
El muchacho en cuestión había elegido viajar en avión a Brasil. Aunque pensaba comprar toda clase de productos aprovechando el dólar barato, llevaba consigo varios elementos que esperaba necesitar, como los anteojos de sol. También pensaba hacer uso extensivo de los recursos marítimos brasileños. Para ayudarse en esa tarea llevaba patas de rana y snorkel.
Una vez en el avión, se sorprendió gratamente al encontrarse sentado junto a una blonda señorita con quien compartiría el viaje. Entabló con ella una conversación con intenciones de continuarla más allá del viaje. Durante el transcurso de la charla, su confianza iba en aumento.
Tomó nota de que nadie se acercaba a preguntarle qué hacía con ella. Esto le hizo suponer que la posibilidad de formar pareja eran realistas, y no constituirían una razón de vergüenza para la mujer anónima en cuestión.
De inmediato se imaginó un futuro. No años de felicidad, sino que se formó una expectativa de corto plazo, de compartir con ella las cortas vacaciones y, por qué no, compartir momentos íntimos en medio del calor de Brasil. Se la imaginó entonces sobre la arena de la playa, como una gaviota, y esta imagen se le hizo natural.
También tuvo ganas de contar a sus amigos la experiencia al regreso. Para lograrlo, tenía que conseguir esa experiencia. Iba a quedar como un ganador ante su grupo, y esto le traería consecuencias muy positivas para su vida social  y para la confianza en sí mismo.
Sin embargo, la señorita rubia no compartía la misma idea. Se dejó entretener en el avión, porque no había nada que hacer durante el viaje, pero al llegar a Brasil no quiso saber nada con el festejante. Se ignoran las razones de esta actitud, aunque la hipótesis más firme es que la conversación reveló la ansiedad del muchacho, y su mayor interés por el cuerpo de la rubia que por ella. Hay quienes indican, sin embargo, que ella tenía interés en él, pero fue neutralizado por la revelación de las patas de rana y el snorkel, que lo dejaron mal parado.
Como sea, el muchacho tuvo que abandonar el proyecto, y el viaje se le oscureció un poco. Cuando volvió, eligió no mentir a sus amigos, y aceptó dignamente la derrota, esperanzado en que en otra oportunidad se le podría dar.
 

El proveedor

La pareja estaba expectante. Ambos miraban nerviosamente la ventana. Cada vez que un punto se movía, su ilusión se despertaba. Era sólo cuestión de paciencia. No había que desesperarse. En cualquier momento iba a llegar la cigüeña para convertirlos en padres.
Después de algunas horas, el gran pájaro se hizo presente. Colgaba de su pico una tela que protegía al bebé. Era un varón. Venía con el primer pañal incluido.
El padre firmó el recibo y la cigüeña se dispuso a emprender la retirada. Pero el padre la detuvo.
 
—¿No quiere quedarse a tomar un café?
—No puedo, tengo otras entregas.
—Quédese un minuto, qué le hace. Nos gustaría celebrar con usted este momento.
—Bueno, está bien, pero no tomo nada. Me pone inquieta y se me puede caer el bebé.
—¿Así que entrega muchos bebés por día?
—Todos los que pueda. Me pagan por unidad.
—¿Y los mellizos se los pagan como un viaje o como dos bebés?
—Eso lo estamos negociando. Depende el tamaño, a veces los traemos de a dos cigüeñas. Así serían dos viajes.
—Qué interesante. Y, dígame, ¿se encontró con muchos obstáculos cuando lo traía a Maxi?
—¿A quién?
—Al bebé que nos acaba de dejar.
—Ah. No, un par de tormentas nomás, pero las sorteé.
—¿Sabe una cosa? Hay algo que siempre me intrigó, tal vez usted usted me puede desasnar.
—Puedo intentarlo. ¿Qué quiere saber?
—¿De dónde vienen los bebés?
—Nosotras los traemos frescos de París. ¿No leyó el folleto?
—Sí, sí, pero me refiero a otra cosa. ¿De dónde los sacan? ¿Cómo se hacen?
—No sé, señor, yo sólo voy al depósito y me dan el bebé.
—¿No les convendría tener distintos centros de producción, así no gastan tanto en transporte?
—Eeeh, ¿quiere dejarme sin trabajo?
—No, para nada. Alguien tiene que llevar los bebés a los domicilios. Pero por ahí, si no tuviera un viaje tan largo, podría hacer más por día.
—Eso es cierto, pero no estoy capacitado para tomar esa clase de decisiones. Eso lo deciden en París. No les debe convenir hacer bebés en otro lado. Deben querer mantener la producción local. Vio cómo son los franceses.
—Es verdad, no les gusta compartir nada. Después se quejan de que al resto del mundo les caen mal.
—Bueno, pero no son tan malos. Por lo menos nos dan estabilidad laboral. No sé qué podría pasar en otros países. Disculpe, pero me tengo que ir, voy a perder la corriente de las 19.
—Vaya nomás. Oiga.
—¿Sí?
—Acá tiene. Cómprese algo lindo.

Mar dulce

El derrame de petróleo en el Océano Índico fue el desastre ecológico del año. El barco que lo transportaba perdió el sentido de la dirección y chocó contra la torre de la plataforma petrolera donde había sido cargado. La robusta construcción del barco impidió que se derramara el contenido, pero el accidente dañó la estructura de la plataforma, y el petróleo empezó a fluir sin control hacia el océano.
Pocos días después, la marea negra llegó a la costa. A su paso, manchó a toda clase de animales. Las aves acuáticas no pudieron volar. Los peces se volvieron más pesados. Las tortugas que se acercaban a la costa ponían huevos cubiertos de negro. El delicado equilibrio ecológico de la zona corría peligro. Era necesario hacer algo para solucionar el desastre antes de que se extinguieran especies cruciales.
Afortunadamente, la solución a los derrames de petróleo ya había sido inventada. Laboratorios especializados habían desarrollado una bacteria que se alimentaba de petróleo. Una variante de esta bacteria, los verdes enzolves, era muy exitosa comercialmente como parte de productos de limpieza. Para solucionar el problema, sólo era necesario liberar a las bacterias en la zona del desastre. Ellas se encargarían del resto.
Y así fue. Se esparció una cantidad de bacterias, que rápidamente, por tener abundancia de comida, se multiplicó. El mar estaba cubierto de petróleo que estaba cubierto de bacterias. Ellas, voraces, devoraban cada partícula negra y después buscaban otra.
Rápidamente, entonces, el petróleo fue desapareciendo. Esto no fue una buena noticia para las bacterias, que ahora eran muchas y no tenían comida. Empezó a haber presión evolucionaria. Las que mejor se adaptaran a conseguir el magro petróleo disponible sobrevivirían y pasarían sus genes a la siguiente generación.
Pero eran tantas las bacterias, tantos los linajes, que algunos mutaron en formas diferentes. Uno en particular resultó muy adepto a la consumición de sal. Como este alimento era especialmente abundante en los océanos, esas nuevas bacterias se expandieron por todos lados, devorando a cada paso la sal del agua.
Gracias a esas bacterias, se ha solucionado inadvertidamente el principal problema a futuro que tenía el hombre. Ahora casi toda el agua de la Tierra es potable. Sólo quedan con agua salada escasos mares no conectados con los océanos, como el Caspio. Son reliquias de tiempos pasados, en los que el hombre estaba a punto de agotar las reservas de agua dulce, hasta que logró contar con un aliado sorpresivo.

Pierna dormida

Por estar mucho tiempo sentado, la pierna izquierda se me durmió. Y mientras dormía soñó que estaba en un estrecho pasillo, dando sigilosos pasos hacia un destino desconocido. Con precaución, sin hacer ruido, caminó en punta del pie hacia donde marcaba la rodilla, que era adelante. De repente, pegó un salto enorme. Tan grande que dio contra el techo. Quedó pegada a él y empezó a caminar pata para arriba. Pero ahora no sabía dónde era adelante. La rodilla le indicaba un lugar que al estar invertida no era confiable. Sin embargo, siguió caminando por el techo y por las paredes, hasta que dio con una ventana. Sin darse cuenta, la atravesó y del otro lado era el techo de una carpa de circo. Abajo, cuatro elefantes saltaban a través de un mismo aro. Arriba, la pierna sola quería atravesar la carpa, y la única manera era a través de un cable suspendido que estaba siendo usado por acróbatas. La pierna empezó a cruzar. A mitad de camino, sin darse cuenta pisó a uno de los equilibristas, que cayó a la red y entonces dejó de ser un obstáculo. La pierna se subió a un triciclo y avanzó sobre el cable. Nunca había tomado tanta velocidad. Iba tan rápido que parecía que estaba manejando un auto de carreras. No parecía, en realidad, estaba. Pisaba el acelerador, y aplicaba todas sus fuerzas para hacerlo. La pierna izquierda no estaba acostumbrada y lo encontró muy placentero. Vertiginoso. El auto avanzaba, pero la pierna no veía hacia dónde, sólo sentía el movimiento. Más tarde empezó a alternar un poco entre el acelerador y el freno, acelerador y freno, acelerador y freno, hasta que empezó a sonar un tango y comenzó el baile. Pero la pierna no sabía bailar bien, porque no tenía una referencia. No importaba, las otras piernas tampoco. Todas las piernas bailaban sobre el escenario, pero ya no era tango, era can can. La pierna se movía de un lado a otro, y de arriba a abajo. Un, dos, un, dos, un, dos. Y de tanto moverse se despabiló y se despertó, en el mismo lugar de siempre, bajo el resto de mi cuerpo, a la izquierda de su compañera.