Discapacidad

Ignacio era, salvo por un detalle, una persona normal. Hacía y sabía todo lo que se supone que una persona normal debe hacer y saber. Era la definición del promedio. Cuando al citar estadísticas se hablaba de “el hombre promedio” siempre mencionaban actividades que él realizaba, como comer 245 huevos por año y tomar 3,3 tazas de café cada día. Lo único que lo apartaba de la media era un defecto de nacimiento: no tenía olfato. Eso no lo afectaba demasiado, dado que el hombre no tiene tantos usos para este sentido, pero sí sentía a veces curiosidad por saber qué era lo que la gente llamaba aroma.
En una oportunidad notó que no veía tan bien como antes. Fue a su oculista de cabecera y salió con una receta de anteojos, que convirtió en realidad en una óptica convenientemente ubicada a pasos de la clínica oftalmológica. Días después lucía anteojos sobre su cara.
La mala noticia era que su trastorno visual era progresivo y severo. Se le pronosticó que quedaría ciego en un par de años, debía irse acostumbrando. Ignacio se decepcionó, pero al menos tenía la suerte de poder saber lo que le iba a ocurrir. Así, pudo tomar la precaución de aprender braille y de mirar todas las películas que le parecía que no podía dejar sin ver por su riqueza de imágenes.
Lo consolaba un poco la expectativa de mejorar el rendimiento de sus otros sentidos, como le ocurre a la gente que no ve. Iba a escuchar música sin distracciones y más detalladamente, iba a notar sutiles diferencias de texturas, iba a degustar mejor la comida. Y no le iban a importar cosas tan poco trascendentes como si alguien tiene corbata o no. No le alcanzaba para estar feliz por su situación, pero al menos tenía una visión optimista acerca de la futura ausencia de la otra clase de visión.
En el invierno siguiente, se resfrió muy fuerte y se le taparon los oídos. A veces le ocurría, pero luego de un tiempo no logró que se le destaparan. Fue a ver a su otorrinolaringólogo de confianza, quien le informó de la necesidad de intervenirlo quirúrgicamente. Luego de pensarlo bastante, Ignacio se sometió a la operación. Pero algo salió mal e Ignacio quedó sordo.
Se trataba de una novedad muy poco grata. Sabía que estaba por perder uno de sus sentidos más útiles y de repente, aunque no sin anestesia, había perdido otro muy valioso. Eso lo llevó a una gran depresión.
La depresión fue muy grave y tuvo consecuencias en su salud, dado que, según el equipo de psicólogos que lo trató, este estado fue lo que le hizo perder el habla. La depresión se podía curar y se intentó, pero fue imposible, dado que no podía escuchar a los terapeutas ni hablarles, y la ceguera ya estaba demasiado avanzada. Veía tests de Rorschach por todas partes.
Al poco tiempo estaba completamente ciego, además de mudo, sordo y anosmiático. Se comunicaba con la ayuda de una computadora que tenía incorporado un sintetizador de voz. Por suerte sabía tipear reconociendo las marcas que hay en las letras F y J de los teclados, y deduciendo la posición de las demás. Era importante hacerlo bien, porque no podía ver el resultado ni escuchar lo que decía.
Un día de verano, tiempo después, Ignacio estaba almorzando al aire libre. Alguien había dejado mal ordenados los condimentos. En el lugar donde habitualmente se ubicaba la salsa de soja colocaron por error la esencia de habanero, con la que inadvertidamente roció su plato. Al probar un bocado lanzó el más grande alarido posible para una persona muda y fue corriendo hacia la fuente más grande de agua que podía encontrar: su pileta. Nunca había probado algo tan picante en su vida y la lengua le latía. Sumergió repetidas veces y durante varias horas la lengua en el agua, como un perro bebiendo.
Pero al hacerlo no tuvo en cuenta que el sol del mediodía es el más perjudicial para la piel, y no se había colocado crema protectora. A la noche no sabía si le ardía más la lengua o el cuerpo. La ropa que tenía se había hecho cenizas. No necesitaba ver para darse cuenta de lo rojo que estaba.
Como pudo se durmió, y al despertarse la mañana siguiente comprobó que la lengua y la piel ya no le ardían, pero tampoco respondían a estímulo alguno. Había perdido el gusto y el tacto.
No pudo saber si esta pérdida era transitoria o permanente, dado que el haber perdido todos estos sentidos le impedía comunicarse de cualquier manera, además de causarle graves dificultades al intentar caminar. Era muy difícil que no se chocara contra las paredes, y aún chocándose no se daba cuenta por su falta de tacto. Esta falta de tacto lo convertía, a la vista de los que no estaban informados, en una persona muy torpe.
Sus amigos se apiadaron de él y le consiguieron una silla de ruedas con un sensor incorporado, que frenaba y doblaba cuando veía un obstáculo. También lo alimentaban de forma intravenosa: la falta de tacto le impedía a Ignacio agarrar cubiertos, si llegaba a poder encontrarlos pese a su falta de vista. No era un problema muy grande si se tenía en cuenta que al no tener gusto no se estaba perdiendo nada. Y al no tener tacto, la aguja del suero no le dolía. Y, si de alguna manera le llegaba a doler, su mudez impedía cualquier manifestación al respecto.
Ignacio, entre tanto, no se daba cuenta de lo que ocurría. No tenía forma. Tenía todos los atributos de un autista adquiridos de forma separada, no tenía forma de comunicarse con nadie, de forma saliente ni entrante.
Como, hasta donde sabía, no tenía forma de hacer nada más, Ignacio se dedicaba a pensar. Pensaba todo el día. No tenía una gran preparación en filosofía y física, pero luego de un tiempo, al no tener distracciones, llegó a abordar los grandes problemas de esas disciplinas. Era capaz de resolver ecuaciones de segundo grado y hacer experimentos mentales.
Con el tiempo desarrolló un idioma para poder revelar las cosas que pensaba al mundo. Era un idioma de dos bits, y se codificaba con sus párpados. La letra variaba según la apertura de los ojos. Podía tener ambos abiertos, ambos cerrados, abierto el izquierdo y cerrado el derecho o la viceversa de esto último. Desarrolló un código para indicar que estaba iniciando un mensaje, así la gente no estaba las 24 horas mirando sus ojos. También se tomó la molestia de repetir cada cosa un número importante de veces, por si no lo entendían desde el principio. También acompañaba los discursos con ruidos provocados en su boca, como la imitación de un trote de caballo.
Sus amigos, que seguían apiadándose de él, nunca se dieron cuenta de que tenía algo para decir. Supusieron que el movimiento de los párpados y los ruidos de la boca eran producto de los nervios. Mientras tanto, lo llevaban a distintos médicos y curanderos para ver si podían hacer algo por él.
Uno de ellos descubrió el problema que tenía en el habla, y anunció que le podía devolver esa facultad. Realizó algunos complejos tratamientos experimentales, y parecieron haber dado resultados positivos. Todo indicaba que Ignacio podía hablar.
Lo que faltaba era que Ignacio efectivamente hablara. Sin embargo, como no hubo manera de informarle que ya podía volver a hablar, nunca llegó a pronunciar ninguna palabra.

Genérico

Ese viernes, Jorgito se levantó al sonar su despertador. Fue al baño y se afeitó, luego de cambiar el repuesto de su máquina de afeitar. También se lavó los dientes y se peinó, utilizando el gel capilar que acostumbraba a ponerse.
Una vez vestido, fue a desayunar. Desayunó avena arrollada, y la acompañó con jugo en polvo que había preparado la noche anterior. También comió un par de tostadas con queso crema. Luego volvió a lavarse los dientes, y estuvo listo para ir a trabajar.
Minutos después, lo pasó a buscar la combi que lo llevaba a su trabajo. Al subirse, se golpeó la cabeza con el borde de la puerta y se cortó. El conductor de la combi le curó la herida y le colocó un apósito protector. Durante el viaje, Jorgito se limpió la sangre de la cara con un pañuelo descartable. El golpe había sido bastante fuerte y le había producido un dolor de cabeza, así que cuando llegó a su trabajo lo primero que hizo fue preguntar a sus compañeros si alguien tenía una tableta de ácido acetilsalicílico.
En el trabajo, la pluma fuente que solía usar empezó a perder tinta y se le produjo una mancha en la hoja. La cubrió con líquido corrector y dejó de lado la pluma para pasar a usar un bolígrafo.
En el descanso de media mañana Jorgito se tomó una sopa instantánea, usando el agua caliente del dispensador que había en la oficina.
Cuando volvía de la pausa pasó por el departamento de diseño, donde un amigo estaba usando un software de retoque fotográfico. Estaba modificando una foto que había sacado con su cámara de revelado instantáneo y luego había escaneado.
Luego fue al sector de mantenimiento, para ver si alguien podía arreglarle la pluma fuente. Había una sola persona, que estaba tratando de hacer girar un tornillo con cabeza en cruz usando una navaja suiza porque, según explicaba, no tenía el destornillador adecuado. Jorgito resolvió volver más tarde.
Cuando fue hora de comer, Jorgito se dio cuenta de que se había olvidado la vianda. Había guardado las sobras de la noche anterior en un recipiente plástico hermético para comerla en ese momento, pero lo había dejado en la heladera. Debió entonces salir a comer, y fue a un restaurante de comida rápida que había muy cerca de su trabajo. Comió una hamburguesa que, según la descripción del cartel explicativo, pesaba un cuarto de libra y venía con queso. Jorgito acompañó el sándwich con un vaso de gaseosa cola, mientras se preguntaba cuánto sería eso en kilos.
Cuando terminó de almorzar, vio que le quedaba tiempo de su descanso del mediodía, y aprovechó para jugar con un compañero unos partidos de tenis de mesa en el bar de al lado.
Al volver al trabajo, volvió a pasar por Mantenimiento buscando una solución para el problema de su pluma fuente. Se encontró a dos operarios tratando de pegar planchas de poliestireno usando cola vinílica. Le explicaron que habían intentado con cinta adhesiva transparente, pero no tenía la resistencia requerida. Jorgito les sugirió usar pegamento de contacto.
Cuando terminó su día de trabajo, Jorgito estaba muy estresado por las tareas de la semana. Y eligió volver a su casa caminando, mientras escuchaba música en su reproductor portátil. Durante el trayecto pasó por una heladería y se llevó un kilo de crema helada. Como todavía le quedaba un trecho por recorrer hasta su casa, Jorgito pidió que le incluyeran dióxido de carbono en estado sólido para evitar producir derrames innecesarios.
Para sacarse el estrés, al día siguiente Jorgito se fue al campo a pasar el fin de semana. Tenía un terreno no muy lejos de la ciudad, el cual había heredado, junto a sus ocho hermanos, de su tía María. Cuando abrió la tranquera saludó a don Vicente, el cocinero, que a pesar de ser carioca estaba lleno de nobleza gaucha. Era un campo frío, pero a Jorgito no le importaba. Cuando estaba en ese lugar se sentía siempre libre.

La isla de la tentación

Roy Cervezo fue el afortunado ganador del concurso para pasar una semana en la Isla de la Tentación, la isla donde todos cumplen sus fantasías más deseadas. El premio incluye actividades de cualquier índole en la semana de estadía en la isla, sin cargo alguno.
La isla cuenta con las siguientes instalaciones que estarán a disposición de Roy:

  • Cantidad ilimitada de plástico de burbujas, para ser explotadas cuando el visitante así lo desee.
  • Frascos de cola vinílica en cuyas paredes laterales hay cola solidificada chorreando, que permite ser arrancada.
  • Charcos permanentes para saltar encima, llueva o no.
  • Ventanas desde las cuales escupir.
  • Campana de hotel y bocinas de bicicleta para hacer sonar en cualquier momento, del día o la noche.
  • Amplio surtido de comidas crudas, como ñoquis o bizcochuelo, aptas para el consumo tal como están.
  • Plomo para fundir.
  • Recepcionistas que se dejan reventar los granos.
  • Lupas para encender fósforos.
  • Globos de chicle listos para ser destruidos con el dedo del visitante.
  • Pintura y paredes adecuadas para hacer graffitis.
  • Tapas de botellas de Gatorade.
  • Hielo seco y agua para sumergirlo.
  • Paquetes de papas fritas con la obligación de ser consumidos enteros.

Otra vida

Cada niño nace casi como feto. Juan, cuyo hijo está allí, sabe esto. Sexo: nene. Juan está como loco. Mira esos ojos. Mira cómo abre bien cada mano este pibe. ¡Está vivo! Esta hora será rara, como toda gran hora. Juan goza. Baja baba como agua.
Buen plan, gran idea tuvo Mara, supo Juan. “Esto anda”, dijo. “Este amor está bien”. Allí está Mamá Mara. Juan mira cómo Blas toma teta. Ella hace algo para usar cada mama. Juan hace clic. Saca foto tras foto. Todo esto será film.
“Juan, poné allá este moño azul”, dice Mara. Juan hace caso.
Cayó Mimí. Ella está algo mala, ayer hubo vino. Pero todo bien. Este olor dice algo: Blas hizo caca. “Dale Juan, hacé como dije”, pide Mimí. Será raro usar tela, pero todo está caro.
¿Será gran tipo Blas? Juan, dice, será buen papá. Blas hará gran obra, cree Juan. Hará todo bien. Todo será goce.
Todo está bien. Blas está sano. Mara yace. Juan reza. Dios dará.

Ser o no ser

Yo soy lo que soy, no otra cosa. Si fuera algo distinto, no sería lo que soy. Sería lo que no soy, aunque en ese caso lo que no soy sería lo que soy, y viceversa. No soy como los que creen ser algo que no son y resulta que son algo que no creen ser. O eso me parece. A lo mejor sí, soy algo distinto de lo que creo ser y no me doy cuenta. Eso es posible. Pero no cambiaría la verdad de que soy lo que soy, sólo que no estaría enterado de eso.
Las etiquetas que es fácil ponerse pueden identificar la profesión, la raza o la nacionalidad, pero decir que alguien es abogado, caucásico y neocelandés no explica lo que es esa persona en particular. Debe haber unos cuantos abogados neocelandeses caucásicos. Cada uno de ellos es lo que es, y es posible que haya varios que estén enfrentados entre sí y no quieran ser lo que es el otro. Aunque, como hemos dicho, podrían serlo sin estar enterados.
Yo me puedo definir por lo que soy y también por lo que no soy. Lo que no soy es mucho más amplio que lo que soy. Alguna gente puede ser lo mismo que yo, pero yo no soy esa gente. O sea, yo soy lo mismo que yo, y ellos son lo mismo que yo, pero yo no soy ellos. Tal vez puedo ser como ellos, pero esa similitud nunca es total. Podría tener la misma esencia, o mejor dicho una esencia igual, pero en algo nos vamos a diferenciar, aunque sea por ver el mundo desde lugares distintos, por más cercanos que sean.
Por otro lado, hay gente que se define por lo que tiene o no tiene, y no deja de ser válido. El problema de los que hacen eso muchas veces no es lo que tienen, sino lo que son.
El asunto se complica si tomamos en cuenta lo que era. No necesariamente soy lo que era, y no necesariamente, viendo lo que era y lo que soy, se puede predecir correctamente lo que seré. Puedo conservar la esencia, y por definición lo haré, pero mi esencia no es lo mismo que lo que soy. Esto último es mucho más amplio, y abarca desde la esencia hasta el límite de mi ser, que es donde empieza lo que no soy. La esencia es más duradera: cuando alguien deja de ser, suele destacarse el hecho de que queda viva su esencia.
Ustedes también son lo que son, aunque no tengan conciencia de ello. Traten de darse cuenta de que son lo que son, no importa si saben poner en palabras de manera adecuada en qué consiste lo que ustedes son. A menos que esta conciencia los haga convertirse en algo que no son. En ese caso serán lo que no son, pero cuando eso sea presente se convertirá en “son lo que no eran”.
De esta manera creo que queda demostrado que todo el mundo es lo que es. No sé si es una demostración satisfactoria, pero qué le vamos a hacer, es lo que es.

Historias sin conflicto

El acusado
Roberto fue arrestado por un crimen que había cometido. Fue sometido a juicio y condenado a una pena razonable. Luego de pagar su deuda a la sociedad, quedó libre.
El reemplazo
Sergio alquiló una película y cuando llegó a su casa y la puso vio que la copia estaba dañada. Como todavía el video club no había cerrado volvió y, luego de pedirle disculpas, le cambiaron la copia por otra cuyo buen estado verificaron.
La fuente
Ponce de León llegó a América dispuesto a encontrar la fuente de la juventud. Preguntó a los nativos, quienes con toda amabilidad le indicaron el camino. Ponce siguió las instrucciones y la encontró. Bebió de esa fuente y recuperó sus rasgos juveniles. Enseguida llenó un balde con el mágico elixir, y volvió a España a contarle al rey su hallazgo.
El colectivo
Daniel llegó a la parada y esperó al colectivo. Luego de un tiempo razonable llegó. Daniel lo paró y se detuvo. Subió e insertó en la máquina las monedas que había preparado. La máquina le expendió un boleto, que Daniel conservó hasta el final de su viaje. Cuando estaba por llegar, tocó timbre y bajó por la puerta trasera.
El ciudadano
Luego del fallecimiento de Charles Foster Kane, un periodista inició una investigación para dar con el significado de lo último que había dicho, “rosebud”. Fue a la espléndida mansión del magnate fallecido, donde encontró a su mayordomo, que por mil dólares le mostró el trineo con el que Kane jugaba cuando era niño. El trineo tenía pintada la palabra “rosebud”.
Nota: cuando esta historia fue llevada al cine, el multimillonario que había inspirado al autor se asumió como tal y escribió una autobiografía que le sirvió para obtener grandes ganancias, y también para publicitar la película.

Mi experiencia en África

Me esperaba una temporada de safaris muy movida. El avión que me llevaba a África, poco antes del aterrizaje planeado, se estrelló sin que quedaran sobrevivientes.
Cuando llegué al aeropuerto me encontré con que mi equipaje se había perdido. Esto era un grave inconveniente, tendría que comprar todo lo necesario en Lagos, Nigeria, que era la ciudad desde donde partiría en busca de aventuras. Como no quería pagar de más por ser turista me adentré en la ciudad y sin darme cuenta llegué a un barrio poco recomendable. Me vi rodeado por un grupo de personas de color con cara no muy amistosa, que me pedían que les diera mi dinero y otras pertenencias que ellos pudieran cambiar por más dinero. Les di todo lo que tenía: mi plata, mi reloj, mi sombrero y mis demos de Band on the Run. Pero eso no los conformó, tenían la sospecha de que yo ocultaba algo. No los pude convencer de la falsedad de esa sospecha y me degollaron.
Comencé igual mi safari, nada iba a impedir que yo concretara el propósito del viaje. Durante los primeros días en la sabana no ocurrió nada demasiado interesante. Hasta que una noche estaba durmiendo en mi carpa, y se acercó un leopardo. Se acercó sigilosamente, sin despertarme. Me había elegido como presa, y concretar ese plan le fue fácil dado que yo estaba durmiendo y antes de que pudiera darme cuenta de algo me había mordido la carótida y me estaba devorando.
En aquel lugar el sol pegaba muy fuerte. Ahora entendía por qué la selección natural había dado tez negra a los nativos de este lugar. Por suerte estaba preparado y llevaba protector solar. Pero luego de un tiempo se me acabó la provisión dado que mis anteriores percances me habían reducido el presupuesto previsto, y el sol empezó a tener consecuencias nefastas. Desarrollé una variedad particularmente dañina de cáncer de piel, que, al no contar con apoyo médico adecuado, en poco tiempo fue fatal.
Como no sé mucho del idioma que se habla en Nigeria, el inglés, en mi camino de regreso a Lagos no pude leer los pocos carteles que existían. Sabía de la historia turbulenta de ese país y de las revoluciones que se han sucedido, pero no estaba al tanto de la existencia de campos minados. Y esto era lo que se advertía en los carteles que no sabía leer. Eso provocó que, desafortunadamente, yo pisara una mina largamente abandonada, y que la explosión resultante devastara todo lo que había en 100 metros a la redonda.
Cuando llegó el momento previsto volví a mi país. El viaje me había convertido en una persona mejor. Había crecido mucho y había desarrollado ganas de estabilizarme. Pronto conocí a una mujer, nos enamoramos, nos casamos, formamos una familia y todos vivimos felices para siempre.

The road not taken

Simón no nació en una fecha que resultara particularmente significativa. Tampoco lo hizo en un lugar que le garantizara grandes oportunidades para su vida. Su arribo al mundo no generó gran atención, ni conmovió a la opinión pública.
Simón no se destacó en la escuela. Sus maestras no notaron su enorme capacidad intelectual. Esto es porque no tenía tal capacidad. De cualquier manera, no tuvo graves problemas académicos. No se solía meter en aprietos y no tenía muchos amigos.
No fue a la universidad pública. No tuvo que traspasar innecesarias barreras burocráticas. No hizo una carrera muy exigente, ni muy larga, ni muy prestigiosa. No esperaba mucho de la vida.
Su vida laboral no es lo que nos ocupa. No es que su vida personal fuera muy interesante. No es que hubiera algo muy sorprendente que revelar. No dijimos que Simón no siguió el destino que se le auguraba. No consiguió enorme trascendencia en la sociedad. No es que la buscara. No se dedicó al boxeo ni ganó millones en la bolsa.
No obstante, no tardó en formar una familia. No formó una familia muy numerosa. No quiso que su familia tuviera el mismo destino que él. No estaba conforme con su vida. Como consecuencia, no se quedó quieto. No puso objeciones en estimular los intereses de sus hijos. No reparó en gastos para ellos. No se asustó ante ese desafío. No iba a dejar que les pasara algo. Algunas veces ellos no creían estar a salvo de las inclemencias meteorológicas. Simón no vacilaba en decirles que no tuvieran miedo, que no les iba a pasar nada.
Simón no fracasó. Sus hijos no siguieron su camino. No le agradecieron su influencia, no estaban anoticiados de ella. Simón no les había dicho. No le había parecido oportuno. De todos modos a Simón no le importaba la ausencia de agradecimiento.
A la edad de jubilarse, Simón no trabajó más. No quería ir más al centro. No quería pasar horas de su vida en el transporte público. No estaba en condiciones de aguantarlo.
No llegó a la vejez en las mejores condiciones de salud. Sus hijos no tenían tiempo de ocuparse de él. Pero no quiso ir a un geriátrico. No era una institución que le resultara grata.
En un momento, no le quedaban demasiadas razones para seguir viviendo. No tenía nada que hacer en el mundo. Pero no le llegaba la hora. No contempló poner fin a su vida, no era su estilo. Igualmente no tenía muchos estímulos, y no soportaba mucho su situación.
No debió esperar mucho más. No le quedaba mucho. Un día no se despertó. No respiraba. Simón ya no existía.
No se le hizo velatorio. No era de su agrado, y además no tenía muchos amigos. Sus bisnietos no llegaron a conocerlo.
Hoy no se lo recuerda muy seguido.

Reciclaje

Esta es la historia de un escritor que escribía una pieza. La pieza trataba de un pintor que pintaba un cuadro. El cuadro mostraba a un pintor que pintaba un cuadro. Este cuadro describía con imágenes a un fotógrafo que sacaba una foto. Era la foto de un profesional de la fotografía, que se encontraba trabajando. Lo hacía sacando una foto a un avión que volaba. El avión llevaba atado un planeador. En el planeador iba un paracaidista. Su paracaídas contenía otro paracaídas de repuesto. El paracaidista estaba siendo investigado por un fiscal. El fiscal era sospechado de inconducta y estaba bajo investigación de la fiscalía. La fiscalía era el objeto de una investigación más, a cargo de un periodista de un importante matutino. El periodista era víctima de periodismo de periodistas en un programa de televisión. Imágenes de este programa salían en un show que se dedicaba a pasar imágenes de otros programas. Más tarde salieron en una recopilación de lo mejor del año. La recopilación fue galardonada en una entrega de premios. La realización de la transmisión de la entrega de premios fue premiada meses después. El director la transmisión de esta última entrega no había recibido la misma remuneración que el director de la transmisión anteriormente aludida, por hacer la misma tarea. Esto era una violación de su derecho constitucional. La Constitución explicitaba este derecho en su artículo 14 bis.

La transformación de los tiempos

Había una vez que aspiraba a ser una ocasión, pero sólo lograba ser, de a ratos, un instante. Había también un momento que ocasionalmente se transformaba en oportunidad pero en general era sólo un término. Además había un plazo y un curso, que respectivamente se habían convertido en un lapso y un período. Anteriormente había habido un intervalo que se había graduado de época, y una etapa que había sabido transformarse en era. Pero también había habido una jornada que no había podido hacerse edad. Por el contrario, una circunstancia no había tenido problemas en ser transcurso, y de ahí pasó, luego de un trecho, a ser una fase.
Pero todo eso no era nada al lado del segundo que se había transformado, sucesivamente, en minuto, hora, día, semana, quincena, mes, semestre, año, lustro, década, siglo y milenio.