Declaración de amor

Ella quería un gesto
una expresión de garantía
un compromiso
la seguridad
de estar al principio.
Él no quería presión
vivía el momento
no quería pensar
en el futuro.
Ella insistía
no hacía falta nada concreto
sólo quería una declaración
de amor.
Él se volvió
asustado
pensó unos instantes
decidido a ejercer su derecho
se negó a hacer declaraciones.

La nueva gota

Una gota se aproximaba a toda velocidad hacia un vaso lleno. El agua que llenaba el vaso había llegado de la misma manera, en forma de gotas, que se habían integrado y ya no se diferenciaban. La gota no era distinta a las demás, excepto en que todavía era distinta. Podía aislarse de las otras. Todas las gotas estaban hechas de lo mismo, y seguirían estando, pero el aire separaba a la que todavía era gota.
Esa separación, no obstante, era cada vez menor. La gota se acercaba al vaso. A la velocidad que iba, en caída libre, apuntaba directamente hacia los confines del vaso. Pero ahí ya había otras gotas establecidas desde tiempo atrás, de prolongada integración con las posteriores. La irrupción de la gota externa iba a producir un enorme cambio en la distribución del vaso.
La gota, lanzada como un proyectil, iba a desplazar a una cantidad de ex gotas que hasta ese momento contaban con un lugar asegurado en el espacio tridimensional. No había forma de impedirlo. La gota bajaba muy rápido, estaba por llegar al vaso. Una alternativa era mover el vaso, pero eso hubiera implicado otro tipo de desplazamiento de las gotas existentes, y dado el nivel de llenado, seguramente también un derrame.
Nada impidió entonces que la gota llegara. Perforó un agujero en el agua. Generó dentro del vaso corrientes nuevas. El contenido del vaso debía adaptarse a la realidad de tener una gota más. El agua, adaptable al fin, se reacomodó. Pero no toda el agua que estaba en el vaso estuvo en condiciones de quedarse. Ya no cabía una gota más.
El reordenamiento del agua hizo que algunos sectores desbordaran. Atravesaron los límites de vidrio transparente. Volvieron a convertirse en gotas de distintos tamaños antes de aterrizar. La gota que había producido este efecto se encontraba segura en los confines del vaso, ya sin ser gota.
Su llegada generó la salida de gotas más grandes que ella. Entonces, gracias a ella, hubo más lugar. Pasó a ser posible admitir gotas nuevas.

Qué decir

—Quiero decirte algo.
—Yo también quiero decirte algo.
—¿Qué querés decirme?
—No, decime vos. Vos querés decirme algo.
—Es más fácil que me lo digas vos, así nos lo sacamos de encima y yo puedo proceder a decirte lo que te quiero decir.
—Pero si te digo lo que te quiero decir, voy a dejar de querer decirte algo. Entonces voy a haber hablado de más.
—Y si no me lo decís vas a haber hablado de menos.
—Bueno, ante la duda, elijo la brevedad.
—¿Eso es lo que me querías decir?
—No, es otra cosa.
—¿Y por qué me decís eso en lugar de lo que realmente tenés ganas de decirme?
—¿Y vos? ¿Lo que querés decirme es que yo te digo una cosa distinta de lo que yo tengo ganas de decirte? Porque si no te estás contradiciendo.
—Era otra cosa, lo que pasa es que estoy haciendo tiempo hasta que digas lo que querés decirme. Pero ya estoy empezando a dudar de que realmente quieras decir algo.
—Estoy ansioso por decírtelo. Pero no sé si estoy listo.
—¿Por?
—No sé si estoy preparado para decirlo. O si vos estás preparado para escucharlo.
—No lo vamos a saber hasta que lo digas. Dale, sacalo, te va a hacer bien.
—¿Cómo sabés que me va a hacer bien? ¿Sabés lo que te quiero decir?
—No sé, si no me lo estás diciendo.
—Entonces no saques conclusiones antes de que te lo diga. Carajo, no se puede confiar en nadie.
—Pero es que no hablás, no puedo saber qué es lo que querés decirme si no lo decís de una vez.
—Lo mismo podría decir de vos.
—Bueno, está bien, ¿querés que te diga lo que tengo para decirte?
—Si te animás, dale.
—Claro que me animo. El asunto es si vos estás dispuesto a enfrentarlo.
—¿Enfrentar qué cosa?
—Lo que tengo que decirte.
—¿Y cómo sé si lo puedo enfrentar? Si no me lo dijiste.
—Vos tampoco me dijiste nada.
—Ah, pero yo no soy el que hace todo el preámbulo. Si fuera por mí ya me habrías dicho lo que querías decirme, lo habría escuchado y estaría rumiándolo en este momento.
—¿Rumiándolo? ¿Qué sos, una vaca?
—Muuuuuu.

Dejar los pañales

—¿Cuándo vas a dejar los pañales?
—¿Cómo dejar los pañales?
—Sí, llega cierta edad en la que uno empieza a asumir las responsabilidades.
—¿Y qué tiene que ver eso con los pañales?
—Que no podés esperar que te protejan toda la vida. Tenés que proporcionarte tu propia protección. Controlar a tu cuerpo.
—Yo controlo mi cuerpo. Los pañales no son más que un reaseguro.
—Está bien. Pero un día vas a tener que ir al baño como todos los demás. Usar el inodoro, tirar la cadena. Ya sos suficientemente grande.
—Ya sé que soy grande. Pero no entiendo por qué alguien querría hacer eso, pudiendo usar los pañales. Está buenísimo. Es como llevar el inodoro a todas partes.
—No podés hacer eso. Es una falta de respeto.
—¿Falta de respeto a quién?
—A vos mismo, principalmente.
—El respeto a mí mismo no pasa por usar pañales o no. Yo sé muy bien lo que hago.
—Pero entendeme que me preocupa, alguien de tu edad todavía usando pañales.
—A vos porque te dan miedo los estilos de vida diferentes. Terminala de una vez con eso. Hace cuarenta años que me venís jodiendo con esto de los pañales. ¿No te das cuenta de que no lo vas a lograr?
—No entiendo, ¿cómo te puede gustar usar pañales?
—¿Vos viste los baños públicos? ¿Realmente te parece mejor depender de sos antros que tener un pañal propio a disposición en cualquier momento?
—Bueno, para eso está la voluntad de aguantarse.
—Sí. Y con los pañales no lo necesito. Puedo usar mi voluntad para algo más productivo.
—¿Pero no te trae problemas con los demás?
—No, ¿por qué me va a traer problemas?
—La sociedad no ve muy bien a la gente que usa pañales. Los suelen ridiculizar.
—La sociedad, la sociedad. Si fuera por lo que la sociedad ve bien, la sociedad no avanzaría nunca. Son los que dan esos pasos diferentes los que después son admirados por los mismos que antes lo despreciaban.
—Bueno, pero mientras tanto tenés que vivir en la socidad.
—¿Sabés qué? Si a los demás no les gusta, es problema de ellos. Me cago en la sociedad.

Sea como yo

Usted me admira y desea ser como yo. ¡Usted puede! Sólo tiene que observarme, ver lo que hago y comprenderlo. Pero comprenderlo profundamente. Saber cuáles son mis motivaciones, mis miedos y mi manera de pensar. Poder predecir qué haré ante un estímulo determinado.
Para eso, lo mejor es el método científico. Luego de hacer las observaciones pertinentes, formule hipótesis. Más tarde, examine esas hipótesis. Experimente. Presénteme usted mismo situaciones para ver si respondo como piensa que voy a responder. Así podrá sacar conclusiones más rápidamente, en un ámbito controlado.
Puede hacerlo alterando la realidad en la que me muevo, o simplemente secuestrándome en su laboratorio. Ahí podrá someterme a pruebas más exigentes, que demandan más poder de observación o de control. Y tendrá la posibilidad de evitar que nadie interfiera en su trabajo.
Pero no lo olvide. Su objetivo no es estudiarme, sino ser como yo. Luego de sacar las conclusiones pertinentes sobre cómo soy, o sea cómo debe ser usted, le sugiero dejarme libre. Es lo que yo haría. Y con las notas en mano comience el proceso de transformación.
Imíteme. Desarrolle mis instintos. Pruebe con usted. Preséntese los mismos estímulos que me presentó a mí y trate de reaccionar igual. Deberá emular las condiciones. No es lo mismo saber que viene un estímulo que no saberlo. Si lo hace bien, verá que es cada vez más fácil. A medida que se convierta en mí, será menos necesario esforzarse para ser como yo.
De esta manera, seremos iguales. Si hizo su trabajo, la gente tendría que no poder diferenciar entre usted y yo. Si lo hizo excepcionalmente bien, tal vez yo no sepa si soy yo o usted. Y por lo tanto usted tampoco. Este es el momento que más concentración requiere. Tenga siempre presente que lo que usted desea es ser como yo, no ser yo.

Camino de expectativa

 
La mejor manera de viajar a Brasil es en avión. Las vacaciones son para divertirse, no para pasar varios días manejando en rutas desconocidas. Además, viajar en avión permite una interacción social, algunas horas de oportunidad para conocer gente y entablar relaciones de todo tipo.
El muchacho en cuestión había elegido viajar en avión a Brasil. Aunque pensaba comprar toda clase de productos aprovechando el dólar barato, llevaba consigo varios elementos que esperaba necesitar, como los anteojos de sol. También pensaba hacer uso extensivo de los recursos marítimos brasileños. Para ayudarse en esa tarea llevaba patas de rana y snorkel.
Una vez en el avión, se sorprendió gratamente al encontrarse sentado junto a una blonda señorita con quien compartiría el viaje. Entabló con ella una conversación con intenciones de continuarla más allá del viaje. Durante el transcurso de la charla, su confianza iba en aumento.
Tomó nota de que nadie se acercaba a preguntarle qué hacía con ella. Esto le hizo suponer que la posibilidad de formar pareja eran realistas, y no constituirían una razón de vergüenza para la mujer anónima en cuestión.
De inmediato se imaginó un futuro. No años de felicidad, sino que se formó una expectativa de corto plazo, de compartir con ella las cortas vacaciones y, por qué no, compartir momentos íntimos en medio del calor de Brasil. Se la imaginó entonces sobre la arena de la playa, como una gaviota, y esta imagen se le hizo natural.
También tuvo ganas de contar a sus amigos la experiencia al regreso. Para lograrlo, tenía que conseguir esa experiencia. Iba a quedar como un ganador ante su grupo, y esto le traería consecuencias muy positivas para su vida social  y para la confianza en sí mismo.
Sin embargo, la señorita rubia no compartía la misma idea. Se dejó entretener en el avión, porque no había nada que hacer durante el viaje, pero al llegar a Brasil no quiso saber nada con el festejante. Se ignoran las razones de esta actitud, aunque la hipótesis más firme es que la conversación reveló la ansiedad del muchacho, y su mayor interés por el cuerpo de la rubia que por ella. Hay quienes indican, sin embargo, que ella tenía interés en él, pero fue neutralizado por la revelación de las patas de rana y el snorkel, que lo dejaron mal parado.
Como sea, el muchacho tuvo que abandonar el proyecto, y el viaje se le oscureció un poco. Cuando volvió, eligió no mentir a sus amigos, y aceptó dignamente la derrota, esperanzado en que en otra oportunidad se le podría dar.
 

El proveedor

La pareja estaba expectante. Ambos miraban nerviosamente la ventana. Cada vez que un punto se movía, su ilusión se despertaba. Era sólo cuestión de paciencia. No había que desesperarse. En cualquier momento iba a llegar la cigüeña para convertirlos en padres.
Después de algunas horas, el gran pájaro se hizo presente. Colgaba de su pico una tela que protegía al bebé. Era un varón. Venía con el primer pañal incluido.
El padre firmó el recibo y la cigüeña se dispuso a emprender la retirada. Pero el padre la detuvo.
 
—¿No quiere quedarse a tomar un café?
—No puedo, tengo otras entregas.
—Quédese un minuto, qué le hace. Nos gustaría celebrar con usted este momento.
—Bueno, está bien, pero no tomo nada. Me pone inquieta y se me puede caer el bebé.
—¿Así que entrega muchos bebés por día?
—Todos los que pueda. Me pagan por unidad.
—¿Y los mellizos se los pagan como un viaje o como dos bebés?
—Eso lo estamos negociando. Depende el tamaño, a veces los traemos de a dos cigüeñas. Así serían dos viajes.
—Qué interesante. Y, dígame, ¿se encontró con muchos obstáculos cuando lo traía a Maxi?
—¿A quién?
—Al bebé que nos acaba de dejar.
—Ah. No, un par de tormentas nomás, pero las sorteé.
—¿Sabe una cosa? Hay algo que siempre me intrigó, tal vez usted usted me puede desasnar.
—Puedo intentarlo. ¿Qué quiere saber?
—¿De dónde vienen los bebés?
—Nosotras los traemos frescos de París. ¿No leyó el folleto?
—Sí, sí, pero me refiero a otra cosa. ¿De dónde los sacan? ¿Cómo se hacen?
—No sé, señor, yo sólo voy al depósito y me dan el bebé.
—¿No les convendría tener distintos centros de producción, así no gastan tanto en transporte?
—Eeeh, ¿quiere dejarme sin trabajo?
—No, para nada. Alguien tiene que llevar los bebés a los domicilios. Pero por ahí, si no tuviera un viaje tan largo, podría hacer más por día.
—Eso es cierto, pero no estoy capacitado para tomar esa clase de decisiones. Eso lo deciden en París. No les debe convenir hacer bebés en otro lado. Deben querer mantener la producción local. Vio cómo son los franceses.
—Es verdad, no les gusta compartir nada. Después se quejan de que al resto del mundo les caen mal.
—Bueno, pero no son tan malos. Por lo menos nos dan estabilidad laboral. No sé qué podría pasar en otros países. Disculpe, pero me tengo que ir, voy a perder la corriente de las 19.
—Vaya nomás. Oiga.
—¿Sí?
—Acá tiene. Cómprese algo lindo.

Mar dulce

El derrame de petróleo en el Océano Índico fue el desastre ecológico del año. El barco que lo transportaba perdió el sentido de la dirección y chocó contra la torre de la plataforma petrolera donde había sido cargado. La robusta construcción del barco impidió que se derramara el contenido, pero el accidente dañó la estructura de la plataforma, y el petróleo empezó a fluir sin control hacia el océano.
Pocos días después, la marea negra llegó a la costa. A su paso, manchó a toda clase de animales. Las aves acuáticas no pudieron volar. Los peces se volvieron más pesados. Las tortugas que se acercaban a la costa ponían huevos cubiertos de negro. El delicado equilibrio ecológico de la zona corría peligro. Era necesario hacer algo para solucionar el desastre antes de que se extinguieran especies cruciales.
Afortunadamente, la solución a los derrames de petróleo ya había sido inventada. Laboratorios especializados habían desarrollado una bacteria que se alimentaba de petróleo. Una variante de esta bacteria, los verdes enzolves, era muy exitosa comercialmente como parte de productos de limpieza. Para solucionar el problema, sólo era necesario liberar a las bacterias en la zona del desastre. Ellas se encargarían del resto.
Y así fue. Se esparció una cantidad de bacterias, que rápidamente, por tener abundancia de comida, se multiplicó. El mar estaba cubierto de petróleo que estaba cubierto de bacterias. Ellas, voraces, devoraban cada partícula negra y después buscaban otra.
Rápidamente, entonces, el petróleo fue desapareciendo. Esto no fue una buena noticia para las bacterias, que ahora eran muchas y no tenían comida. Empezó a haber presión evolucionaria. Las que mejor se adaptaran a conseguir el magro petróleo disponible sobrevivirían y pasarían sus genes a la siguiente generación.
Pero eran tantas las bacterias, tantos los linajes, que algunos mutaron en formas diferentes. Uno en particular resultó muy adepto a la consumición de sal. Como este alimento era especialmente abundante en los océanos, esas nuevas bacterias se expandieron por todos lados, devorando a cada paso la sal del agua.
Gracias a esas bacterias, se ha solucionado inadvertidamente el principal problema a futuro que tenía el hombre. Ahora casi toda el agua de la Tierra es potable. Sólo quedan con agua salada escasos mares no conectados con los océanos, como el Caspio. Son reliquias de tiempos pasados, en los que el hombre estaba a punto de agotar las reservas de agua dulce, hasta que logró contar con un aliado sorpresivo.

Pierna dormida

Por estar mucho tiempo sentado, la pierna izquierda se me durmió. Y mientras dormía soñó que estaba en un estrecho pasillo, dando sigilosos pasos hacia un destino desconocido. Con precaución, sin hacer ruido, caminó en punta del pie hacia donde marcaba la rodilla, que era adelante. De repente, pegó un salto enorme. Tan grande que dio contra el techo. Quedó pegada a él y empezó a caminar pata para arriba. Pero ahora no sabía dónde era adelante. La rodilla le indicaba un lugar que al estar invertida no era confiable. Sin embargo, siguió caminando por el techo y por las paredes, hasta que dio con una ventana. Sin darse cuenta, la atravesó y del otro lado era el techo de una carpa de circo. Abajo, cuatro elefantes saltaban a través de un mismo aro. Arriba, la pierna sola quería atravesar la carpa, y la única manera era a través de un cable suspendido que estaba siendo usado por acróbatas. La pierna empezó a cruzar. A mitad de camino, sin darse cuenta pisó a uno de los equilibristas, que cayó a la red y entonces dejó de ser un obstáculo. La pierna se subió a un triciclo y avanzó sobre el cable. Nunca había tomado tanta velocidad. Iba tan rápido que parecía que estaba manejando un auto de carreras. No parecía, en realidad, estaba. Pisaba el acelerador, y aplicaba todas sus fuerzas para hacerlo. La pierna izquierda no estaba acostumbrada y lo encontró muy placentero. Vertiginoso. El auto avanzaba, pero la pierna no veía hacia dónde, sólo sentía el movimiento. Más tarde empezó a alternar un poco entre el acelerador y el freno, acelerador y freno, acelerador y freno, hasta que empezó a sonar un tango y comenzó el baile. Pero la pierna no sabía bailar bien, porque no tenía una referencia. No importaba, las otras piernas tampoco. Todas las piernas bailaban sobre el escenario, pero ya no era tango, era can can. La pierna se movía de un lado a otro, y de arriba a abajo. Un, dos, un, dos, un, dos. Y de tanto moverse se despabiló y se despertó, en el mismo lugar de siempre, bajo el resto de mi cuerpo, a la izquierda de su compañera.

Asientos separados

Una pareja entró al vagón de subte. Había lugar para elegir. Ella quiso ir a una fila, pero él se sentó en frente, en el extremo de la hilera de asientos, contra la puerta. Le comunicó con gestos que ése era el lugar ideal.
Ella se sentó al lado de él. Los dos creían estar juntos. Sin embargo, estaban en asientos diferentes. Él se había sentado en uno individual. Ella quedó sola en el asiento doble de al lado. Como se inclinaba hacia él, la separación de los asientos no se notaba. Pero bajo la superficie, una pequeña zanja los separaba.
El subte los llevó sin que ellos se hicieran eco del lugar que cada uno ocupaba. Ellos querían creer que estaban bien juntos. La realidad era otra. Aunque ninguno se diera cuenta, en ese momento cada uno iba por su lado. Si los asientos no hubieran estado lateralizados, habrían estado en filas distintas.
Ellos ignoraban la situación, sin embargo era real. En el lugar que habían elegido, había un límite para su cercanía. El asiento de al lado de ella estaba vacío. Era cuestión de tiempo que un tercero se sentara junto a ella.